Donde late el corazón

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“Nunca podré morir, mi corazón no lo tengo aquí…” (Luis Aguilé)
Acabo de estar en Florida para lanzar allá mi libro El anclaje del subdesarrollo (Fundación Andrés Mata, Caracas, 2013, 7ª. Edición). Cuatro presentaciones, muchas invitaciones, momentos gratos, gratísimos. Reencuentro con amigos de toda la vida, nuevos conocidos y un denominador común: Venezuela.
Venezuela, el tema de conversación. Venezuela, el motivo de las preocupaciones. Venezuela, el sujeto de los sueños.
Ver y sentir de lejos el país no es cosa fácil. Emigrar significa dejar atrás muchas cosas. Es acostumbrarse a que el lugar donde se jugó la infancia, donde se vivió el primer amor, donde estaba la casa de los abuelos, es ahora un sitio remoto. Es acostumbrarse a hablar en otra lengua aunque se siga pensando en la lengua materna. Es acostumbrarse a pasar la página aunque no se quiera pasarla porque ya se tienen muchas páginas escritas. Es acostumbrarse a que los más jóvenes no tendrán el arraigado sentido de pertenencia que tienen sus mayores, o peor aún, que sentirán que pertenecen a otra parte…
Para los venezolanos en particular ser emigrantes es una experiencia totalmente nueva, porque hasta hace tres lustros éramos un país adonde la gente llegaba, pero de donde nunca la gente se iba. Emigrar es vivir la vida con el alma en otro lado…
La inseguridad, la intolerancia política y social, la “a-justicia”, la falta de oportunidades… ¡Son tantas las razones que han hecho que los venezolanos se vayan y se sigan yendo del país! Todas las personas que conocí me contaron por qué se habían ido… parecía que se sentían obligadas a darme explicaciones, a excusarse de haberlo hecho, cuando quienes vivimos aquí entendemos perfectamente todas esas situaciones porque las vivimos a diario.
Una de las veces en que nos reunimos, Jon Aizpúrua le pidió a Gioconda, una cantante venezolana residenciada allá, que nos complaciera con unas canciones. Una de las que seleccionó fue «Cuando salí de Cuba», que se ha convertido en una suerte de himno de quienes emigran, no solo de los cubanos. Nunca he podido escuchar esa canción sin que se me empañen los ojos, pero aquella noche no fue de ojos aguados, sino de lágrimas. El amigo que tenía sentado al lado empezó a tragar grueso apenas Gioconda comenzó a cantar y unos segundos más tarde, sin pena alguna, sacó su pañuelo. Su esposa se levantó y lo abrazó. Recorrí con la mirada los rostros de quienes estaban sentados alrededor de la mesa y que por distintas razones, habían dejado Venezuela. Todos lloraban. “Cuando salí de Venezuela”, cantó Gioconda. Sentí que el pecho se me encogía. Verdaderamente no me gustaría cambiarme por ninguno.
Todos ellos, sin que me quede duda, dejaron enterrado su corazón, como los cubanos. Todos sienten que “alguien los está esperando, está aguardando que vuelvan aquí”, como los cubanos. Muchos tuvieron que dejar su país porque no estaban de acuerdo con el régimen, como los cubanos. La mayoría tuvo que comenzar desde cero, incluso a edades en las que deberían pensar en retirarse. Como los cubanos.
¡Qué tristeza sentí de pensar que ahora padecemos problemas que nos eran ajenos! Ahora somos un país de familias separadas, de amigos que no se ven en años, de paisanos que tienen otra nacionalidad. Quienes se fueron viven en vilo por las noticias que llegan de aquí, porque de lejos todo se magnifica. Aunque haya Internet, Skype, Facebook y todas las redes que nos permiten estar comunicados al instante, la distancia y la separación siguen siendo situaciones dolorosas.
Quienes se fueron comen hallacas reformuladas en Navidad, escuchan un himno distinto cuando izan la bandera de otros colores aunque mentalmente tarareen el “Gloria al bravo pueblo” y piensan en la bandera amarilla, azul y roja. Quienes se fueron buscan todo lo que sientan venezolano.
Y es que cuando no hay otra opción que irse, hay que encontrar cualquier forma de estar cerca…

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