Por motivos muchos más fuertes que los brutales ejemplos de los últimos meses, la inseguridad ha dejado de ser una preocupación para convertirse en parte de nuestra cultura.
La inseguridad se ha instalado como ineludible problema social. Tanto la atención inusitada que los medios prestan a la cuestión, como su aparición recurrente en las campañas políticas, indican que el crecimiento de la inseguridad, como el delito y la corrupción, preocupa y mucho a la sociedad venezolana.
Mucho más que el temor a circular por calles de fuego, ir al mercado o tomar un taxi y que el miedo a entrar en nuestra propia casa con la sospecha de que se pudo haber sido objeto de un saqueo, la inseguridad es un rasgo característico de este tiempo, que alude a la carencia de certeza sobre lo que habrá de depararnos el porvenir.
Vivimos en una inestabilidad política permanente, de temor, de miedo, donde la gente no se siente resguardada por la autoridad. La inseguridad que se abate sobre la sociedad cuando se producen sucesos como el ocurrido en la ciudad de Barquisimeto el 15 y 16 de abril, donde personas fueron víctimas de la GNB y el homicidio de la señora Luimener Pacheco y de su hija, hecho que ocurrió en horas de la noche del jueves 4 de julio en el municipio Colinas, estado Falcón, cuando efectivos castrenses realizaban un operativo de «Patria Segura» y habrían efectuado varios disparos contra el vehículo en el que se trasladaba la señora Pacheco, son elementos que enervan a la nación y confirman que en Venezuelahayuna situación de inseguridad permanente y, consecuentemente, de provisionalidad. Esa inseguridad se manifiesta en una mayor probabilidad de que suframos un asalto; pero también al temor de perder el trabajo, en la creciente desconfianza en las autoridades policiales y en la administración de justicia, en las escasas expectativas que se hará algo para resolver tan grave problema.
Los indicadores de esta nueva cultura de la inseguridadson numerosos. Pero basta citar que seis de cada diez personas de la Gran Caracas expresan haber cambiado sus hábitos debido al problema de la delincuencia, ya sea saliendo menos de noche, como colocando rejas, alarmas o cámaras de vigilancia en sus viviendas. A ese dato que aparece primero en las encuestas, puede añadirse otro, cuando se conversa directamente con las personas, donde la mayoría declaran sentirse “poco o nada seguro” económicamente.
Hay puntos donde la inseguridad pública y la economía familiar se cruzan. En los últimos años las fallas de las autoridades para combatir y controlar la delincuencia han provocado el auge de las empresas de seguridad privada y han impuesto un sobrecosto a la sociedad, medido en la necesidad de contratar seguros contra robo y servicios de vigilancia las 24 horas, o de proteger puertas y ventanas.
Frente a esta situación, la clase política que está en el poder no ha acompañado el desarrollo de la cultura de la inseguridad en igual medida que la opinión pública.La inseguridad de esa clase política está pasando mayormente por el temor a perder el poder. Se resiste al diálogo. En el fondo es el vacío de vida; empeñarse en imponer un modelo político que en otras partes del mundo fracasó.
La cultura de la inseguridad
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