Me refiero aquí al mal que afecta al cosmos, al universo material. Se incluyen aquí las destrucciones, el dolor y la enfermedad, la muerte de los vivientes. Todo aquello que supone una deficiencia en la perfección de la naturaleza.
Ya el pensamiento griego y medieval planteó que el orden de la naturaleza implica la destrucción de unos seres para la supervivencia de otros; y cómo, por ejemplo, los instintos de los animales se ordenaban hacia el bien superior de la especie. De tal manera que en la naturaleza el mal particular de unos seres se orienta al bien universal del todo. Las vicisitudes de la naturaleza en sus reinos escalonados –mineral, vegetal y animal- se ordenan a una perfección global del mundo. A través de las peripecias de la lucha por la vida, era posible atisbar ese cuadro grandioso.
La ciencia moderna está permitiendo completar ese cuadro, con un conocimiento más amplio y a la vez más detallado de un universo que se perfecciona. Se ha señalado un lejano comienzo energético del universo –hace más de 13.000 millones de años- así como las perspectivas de un universo en expansión. El hombre ha podido asomarse más profundamente a la inmensa armonía de las leyes de la naturaleza.
El universo es algo mucho más perfecto que una gigantesca maquinaria (como planteaba el mecanicismo). Tiene una larga historia, que culmina en la riqueza y abundancia de los procesos biológicos. Las naturalezas particulares están integradas finalísticamente hacia una perfección superior. El orden del universo es, en ocasiones, duro y exigente; y también perfectísimo.
Podemos plantearnos también el porqué del sufrimiento de los animales. Ciertamente no son máquinas, pero tampoco seres inteligentes que puedan conocer y sufrir el mal en cuanto mal. En cierto sentido puede decirse que su sufrimiento es consecuencia natural de su sensibilidad, una contrapartida de esta mayor perfección. Las destrucciones se orientan al bien superior de las especies. En realidad el sufrimiento de los animales sólo presenta una analogía externa con el sufrimiento humano. No hay en ellos una captación inteligente y valorativa del mal. Y no son personas: el bien y el mal no tienen para ellos repercusión de subjetividad, ni tampoco una proyección ultraterrena.
Reflexiones sobre el mal (3) – El mal físico
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