Entre la gente más cercana a la Sra. Bachelet, que hoy se ha negado a recibir al líder de la oposición democrática venezolana, la hay del MIR, del PS y del PPD, que vivieron en Venezuela y se salvaron de la muerte, la miseria y el hambre gracias a la inmensa y desinteresada generosidad de los demócratas venezolanos. No los nombro por delicadeza y discreción, pero podría hacerlo. Los hay incluso en éste, su recién designado comando, que solían allegarse mensualmente al presidente Carlos Andrés Pérez y a su canciller, Reinaldo Figueredo, para recibir su mesada en dólares y así mantener sus parapetos seudoacadémicos en países igualmente generosos de Centroamérica y el Caribe, en los que, manteniendo encendidos los cirios del más largo funeral de la historia latinoamericana –el de Salvador Allende– lograban la compasión y el desprendimiento de gente de inmaculada probidad que no trepidó en mantenerlos.
Ya conté en otro artículo –El pago de Chile– la miseria espiritual de quienes olvidaron muy pronto que fueron venezolanos como Diego Arria y Escobar Salom los que sacaron de las mazmorras a Luis Corvalán, Secretario General del Partido Comunista, y a Orlando Letelier, canciller y ministro de defensa, miembro del Partido Socialista en el que milita un mercader enriquecido con el negocio de la úrea que le cediera Hugo Chávez en exclusividad para Chile, el tristemente célebre senador Navarro. Que nuestros embajadores no cedieron un ápice en su voluntad solidaria –Asdrúbal Aguiar lo contará algún día– y que no tres o cuatro, sino miles y miles de chilenos rehicieron sus vidas con comodidades que jamás hubieran conocido en su patria de origen.
Es esa izquierda, representada por la doctora Michelle Bachelet –formada en la DDR de Walter Ulbrich, Honnecker y el peor estalinismo soviético en plena guerra fría, ese que se pega en los huesos y del que cuesta un universo liberarse– la que hoy le cierra las puertas al heredero de nuestros grandes políticos que lucen la condecoración del honor de la solidaridad y la dignidad nacionales. Debiera saber –y lo sabe– que Aniceto Rodríguez, una de las dos figuras históricas más importantes del socialismo chileno, al que jamás le llegará a los tobillos, no sólo fue acogido como un venezolano más, sino respaldado por Acción Democrática y COPEI con el rango de un ministro, hasta hacer familia criolla y sembrar profundas raíces, para ser recompensado por Don Patricio Aylwin y su canciller, Enrique Silva Cimma, otro exiliado de años en nuestra Patria, con la primera embajada de la Concertación en Caracas.
Menciono el caso de Aniceto, por emblemático. Y porque ya fallecido, no constituye ninguna indiscreción narrar su caso. Como el de otros socialistas que hicieron fortuna empresarial gracias al respaldo crediticio del Estado venezolano o quienes, acogidos ya bajo la Concertación en organizaciones internacionales pudieron llevar un excelente pasar en algunas capitales europeas. Los malagradecidos, al respaldo de tiempos de desolación y miseria prefieren echarle tierra y hacer como que jamás mendigaron respaldos de los que por grandeza y honor debieran estar agradecidos. La mezquindad espiritual se los impide. Ya los veremos de ministros, de embajadores o cancilleres.
Suena insólito que en este momento, la solidaridad se nos la ofrezca desde el bando de quienes adversaron a Salvador Allende. La izquierda, por lo visto, tiene cara de hereje. Que nos sirva de lección para nuestro propio futuro.
@sangarccs