Desde la Asamblea constituyente de 1999 para acá se ha venido creando un nuevo sistema político, con expresiones partidistas predominantes que no existían con anterioridad. Del lado gubernamental, el Psuv. De lado opositor, la MUD, en cuyo seno destacan nuevas organizaciones.
También ha florecido un ramillete de ONG y vocerías de mucha influencia y poder, pero de escaza significación electoral, que se sitúa, de antemano, al margen del sistema. De todos estos factores pudiera decirse entonces que el Psuv y la Mud forman el eje del nuevo esquema de partidos. Por su parte, Henrique Capriles se mantiene en la frontera, sin definirse ante el dilema de ser parte o no del sistema
Ahora bien, para que este proceso se desarrolle, de ahora en adelante, de manera conveniente es necesario que todos los componentes del eje admitan no solo ese nuevo sistema de partidos como regulador de la vida política, sino también que confluyan en los elementos esenciales que conforman su dimensión social y política: Estado de bienestar, independencia nacional, economía mixta, redistribución de la riqueza, integración del concepto de participación a la democracia representativa. En fin, un conjunto de ideas mínimas compartidas que faciliten la alternancia.
En función de este objetivo, los factores del sistema deben acordar los límites de lo que es aceptable o inaceptable, para uno u otro factor. Dibujar ciertas fronteras compartidas. Si esto se logra, habrá estabilidad, aunque haya conflictos, polémicas y desencuentros. En caso contrario, los conflictos tomarían el rostro del enfrentamiento duro y completo, en todos los planos.
Para que el nuevo sistema político se afiance es necesario darle peso a las instituciones y a los poderes públicos. En este sentido, la vida parlamentaria debe regularizarse. El ojo vigilante de la Asamblea debe escrutar sin solidaridades. La esgrima verbal lucirse en los debates sobre los más variados temas. La Contraloría debe funcionar plenamente, sin ningún tipo de ataduras, puesto que está demostrado que los variados órganos, institutos, ministerios del Ejecutivo no están en capacidad de ejercer un auténtico control sobre ellos mismos. Este reimpulso es igualmente válido para la Fiscalía, el Poder Judicial y la Defensoría del Pueblo. Por lo demás, aunque las amenazas de ruptura subsisten, no tienen el mismo peso de hace unos años, cuando podían servir de explicación para que todos los poderes jugaran absolutamente a cuadro cerrado.
Si se avanza en esta dirección, si se afianza el sistema, pudiéramos pensar que, en caso de una alteración de la actual correlación de fuerzas en el plano electoral a partir de 2015, sería viable un esquema de cohabitación dentro de los parámetros básicos del modelo actual. No habría ni ruptura ni transición, sino la posibilidad de alternancia en el Ejecutivo entre las fuerzas que hacen parte del sistema. En caso contrario vendría la confrontación. En lugar de cohabitación tendríamos la “contrahabitación”.