Mariano Rivera: Cada vez más ícono

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Octava entrada. La Liga Americana aventaja 3-0 ala Nacional en el Juego de Estrellas. De repente, cuando nadie lo espera, comienza a sonar su tema y el relevista emerge del bullpen. A paso lento, se dirige al montículo.

Y el estadio se viene abajo.

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El público le dedica una ovación inacabable. Los propios peloteros de ambas cuevas lo aplauden de pie. Es un instante eterno, que Mariano Rivera jamás olvidará.

La temporada de ensueño que vive este pitcher de 43 años en su despedida del deporte le regaló otro momento memorable el martes cuando el béisbol le brindó un homenaje que confirmó su condición de gloria inmortal.

Durante un minuto y medio, Rivera quedó solo en el medio del montículo, sin que nadie se atreviese a salir al terreno a interrumpir la comunión entre pelotero y público.

Se quitó el gorro y procedió a saludar hacia todas las direcciones del estadio. Se puso el gorro en su corazón.

«Fue grandioso», dijo Rivera, el derecho que surgió de Puerto Caimito, un pueblo de pescadores en Panamá. «Casi que me ponía a llorar».

Hasta que el mismo Rivera le gritó al receptor venezolano Salvador Pérez: «`vamos para el juego, vamos a tirar»’.

El juego se tenía que reanudar y Rivera procedió con su rutina de siempre. Hizo 16 lanzamientos, todos con su especialidad _la recta cortante _ al retirar en fila a Jean Segura, Allen Craig y Carlos Gómez.

«Ahora soy parte de la historia», señaló el dominicano Gómez. «Fui el último bateador que Mariano sacó de out en un Juego de Estrellas».

Este partido no será recordado por el triunfo de la Americana, sino por el omento de Rivera, cuya decisión de anunciar de antemano su retiro ha provocado un despliegue de homenajes en cada estadio que visita, como cuando en Minnesota le regalaron una mecedora ensamblada con bates rotos.

Previo al juego del martes, David Ortiz _el astro dominicano de los Medias Rojas _ tuvo la brillante idea de reunir a los jugadores latinoamericanos del equipo de la Americana para sacarse una foto junto a Rivera. Ortiz, Félix Hernández, José Bautista y demás hicieron un círculo alrededor del panameño, sentado en el terreno con los pies cruzados.

Este fue su 13er clásico de mitad de temporada, y se despide sin haber permitido una sola carrera en nueve apariciones.

Sus rivales dicen que aún tiene para seguir lanzando (suma 30 salvados con 1.83 de efectividad esta campaña), pero Rivera afirma que ya «casi no me quedan balas» en el brazo.

Con su porte sereno, irradiando caballerosidad y una humildad a prueba del cinismo, Rivera tiene la virtud de ganarse la admiración de sus colegas.

«Olvídense de los números, olvídense que sea el mejor cerrador de la historia. El atributo especial es la forma intachable al hacerlo todo», comentó David Wright, el capitán de los Mets.

Por enésima vez, Rivera guardó distancia ante la catarata de elogios: «Yo no tengo nada que decir de mi persona. Todo es por la gracia y misericordia de Dios».

«Sólo hago una cosa, que es lanzar», añadió.

Pero había algo que necesitaba recalcar, el ser un embajador de Panamá.

«Tengo que dar las gracias por el apoyo, todo un país que me apoyado desde que empecé. Siempre ha sido un placer representar a Panamá en toda mi carrera, Sé que se lo han gozado, al igual que yo. Trabajar y conseguir méritos para Panamá siempre ha sido mi labor, qué más puedo decir que gracias»

Foto: AP

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