El otro será otro concierto. El caso es que se presentan dos conciertos y, por supuesto, dos auditórium. Uno reducido a un conjunto de muchachas y muchachos de no más de doce personas. Y el otro descomunal, en el sentido cervantino. El escenario para el primer concierto-auditorio es un corredor de ladrillos rojos cuadrados en forma de “u”. El otro, un estacionamiento o un estadio donde se levanta una extensa tarima llena de reflectores, de luces de colores cambiantes y veloces chispas que se elevan y extinguen con desconcertante rapidez. Una batería de micrófonos y unas fúnebres cornetas cual verticales urnas que propagan ruidos ensordecedores al máximo de decibeles y que se conocen como sonido.
En el primer concierto-auditorio hay poli-diálogo de amistosa animación. Se difunde la afinación de la guitarra; la música toda es melodiosa y enternecedora. Alargo la inclusión de los versos de sus letras: “palabras nunca dichas que oyen los que aman”, “sólo le quedan los besos en flor de una ragazzina que le dio su amor”, “que bella está la noche, desierta la pradera”, “muchachos vamos que la luna quiere oír la serenata pintoresca de arrabal”, “soy soldado de levita de esos de caballería”, “yo tengo ya la casita que tanto te prometí”, “voy por la vereda tropical”, “las sombras de la tarde vendrán trayendo tu evocación”. Son versos todos apegados a los sonidos musicales más conmovedores que en la voz de Antonia Delgado, la trovadora de Yaritagua, enternecen el sentimiento de los diurnos soñadores veladistas
En el otro concierto los auditores parados se apretujan sin oportunidad de relación.
El ruido es el elemento electrónico que propagan interferentes los instrumentos eléctricos con la desason obstinante y mecánica de los instrumentos percusivos. Desnudos de la cintura hacia arriba, con sus destempladas y apagadas voces multiplicadas por las altas frecuencias los cantantes. Y abajo, en torno a la tarima, con los brazos alzados, en histeria colectiva aportan al “concierto” sus desconcertados voces y acciones. Hay una insumisión social en los acrobáticos movimientos, en la estridencia de los posesivos gritos que conciertan y las letras de sus “sonidos” se pierden en la lujuria de tantas bullas.
¡La gente, la gente, tanta gente! Como si toda la humanidad ante el peligro de una desgracia hubiese sido convocada. Todas han ido allí porque pagaron tal vez no sonante, pero si contante dinero para la gran parada de asistir.
Antonia Delgado en la flor de su juventud, en la acogedora y tradicional casa de ladrillos desnudos, alta y esbelta como un símbolo cuya estética simpleza destruyó un friso, los muchachos y muchachas montaban su espectáculo sin ningún costo al calor del entusiasmo que en torno a Antonia Delgado, la trovadora de Yaritagua, se alegraba sanamente la juventud de mi pueblo. A Antonia dedico este sentido recuerdo. Esta crónica, como se aprecia, presenta dos maneras de sonar, sentir y apreciar la música.
Lectura – Concierto
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