Editorial: Estamos avisados

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Las informaciones que han trascendido demuestran que lo ocurrido con la Flor de Venezuela y el Aeropuerto Internacional Jacinto Lara, arrebatados al Ejecutivo regional previo asalto militar, apenas fue una especie de termómetro, una medición del ambiente, con miras a allanar el camino hasta producir el gran zarpazo en la entidad. Van por Henri Falcón, y lo que el oficialismo quiere saber es hasta qué punto los larenses están dispuestos a respaldarlo, lo cual equivaldría a defender la institucionalidad, y a repudiar con acciones concretas la intrusión programada.
Por eso pusieron a prueba a la opinión pública local con una andanada de amenazas y agresiones. A la Flor y a la terminal aérea las envolvieron en un paquete de actos de piratería, con el anunciado abordaje al Teatro Juares, al Estadio Metropolitano, al Parque Zoológico y Botánico Bararida y a cuanto se les atraviese en el camino de las provocaciones y los atentados, no a Falcón, quede bien claro, sino a los habitantes de este estado, cuyo civismo y apego al diálogo, por lo visto, es confundido con pusilanimidad, o mera cobardía.
Hay una exacta sincronización entre las acciones de la Asamblea Nacional, la Fiscalía, ministros como el de Turismo, y el Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV). Todos hablan el mismo lenguaje, todos están claramente enfilados hacia un objetivo común. Repiten, como si tuvieran alguna autoridad para ello, que priva un “desorden administrativo” en la Gobernación de Lara; que Henri Falcón es un “fascista ladrón”. Es más, en reuniones recientes del partido de Gobierno, se ha llegado a ponerle fecha a los próximos pasos: la apertura del antejuicio de mérito a Falcón, su inhabilitación, la asunción por tres meses de su despacho por parte del presidente del Consejo Legislativo; y, la guinda del espectáculo, el ansiado escarmiento revolucionario: la privación de libertad de quien tuvo el atrevimiento de dirigir la campaña electoral de Henrique Capriles. “Hay que ponerle los ganchos a ese malandro”, ha dicho, con palabras que lo dibujan, el diputado que preside la Comisión de Contraloría de la AN, electo de contrabando en las listas de Lara, a pesar de su nula vinculación con el estado. Por más que se escarbe no se encontrará ninguna iniciativa parlamentaria, o política, que deba agradecérsele, a favor de esta tierra tan asediada por los problemas, y tan deseosa, como está, de progresar y salir adelante.
Las maniobras han sido aceleradas por una razón sencilla, y evidente: las elecciones municipales que el CNE fijó para el 8 de diciembre. No importa que los lapsos legales no concuerden. Tampoco que Falcón acaba de ser reelecto por el pueblo, tan pontificado cuando conviene a sus intereses, con una gruesa votación: 54.35% de los sufragios. Cualquier argucia será tomada por buena. Lástima que ciertas personas respetables por su oficio o arte, se presten entre nosotros para maniobra tan despreciable. Lo perentorio es sacar del juego a Falcón, más allá de las faltas que ciertamente pudiera haber cometido en su gestión. Lo innegable es que no existe un ánimo moralizante en todo esto y que cualquier posibilidad de pulcritud en el proceso de investigación adelantada, lo descarta de plano el hecho de presenciar la escalada de asfixia administrativa a que son sometidos los pocos gobernadores y alcaldes no afectos al Gobierno central, así como la descarada persecución, que no cesa, contra los voceros de la oposición, escogidos estratégicamente con pinzas en un mar de alegres y legendarias corruptelas, donde el deshonesto si es camarada estará siempre exento del rigor de una Contraloría acéfala, clausurada, que, desde hace rato, duerme en los sopores de la connivencia, de la complicidad.
En definitiva, pulverizar políticamente a Henri Falcón es esencial si se tiene en mente hacer lo imposible, lícito o no, igual da, en aras de arrebatar por la vía de los hechos cuanto no lograron en el terreno electoral, pese a tener de su lado al propio árbitro. Encima está el temor de perder dos caros bastiones: las alcaldías de Iribarren y Palavecino, y posiblemente otras, como la de Torres. Tienen miedo, y buenas razones para tenerlo.
Esa, en el fondo, es la causa de toda esta alharaca. Está en manos de los larenses permitirlo, o hacerse respetar. Ya en ese sentido se han dado algunas muestras públicas de valor y dignidad, pero no son suficientes. Es preciso demostrar más cohesión y arrojo político. Más compromiso social. El Gobierno nos coloca el termómetro para medir nuestra entereza como sociedad, y urge salir bien librados. Estamos avisados.

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