¿Quién le tiene miedo al golpe?

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«¿Quién mató al Comendador? / Fuenteovejuna, Señor / ¿Quién es Fuenteovejuna? / Todo el pueblo, Señor».

Fuenteovejuna, Lope de

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La historia de Pedrito y el Lobo parte del supuesto que Pedrito miente y el lobo no existe. Hasta que aparece el lobo, que existe, se produce el caos y las prevenciones de Pedrito resultan inútiles. La moraleja pretende castigar a Pedrito por mentir y a quienes no le creyeron, cuando mentía, por incrédulos y luego por no atenderle cuando decía la verdad. Debían haber sido castigados: Pedrito por habituar a su gente a despreciar el peligro del lobo y a ellos por habituarse a vivir con la idea del lobo. Hasta que se les convirtió en realidad. Pero ya era demasiado tarde. Lo habían internalizado.

La historia de los chavistas y el golpe es muchísimo más perversa: como Pedrito viven previniendo al país ante el peligro de un golpe; es más: viven acusando a la oposición democrática de golpista. Pero en la realidad, el golpe existe, lo dieron ellos el 4F/92, lo reciclan cotidianamente desde el 6D/98 y para que nadie se entere, además de ser ellos, golpistas, los denunciantes, escandalizan al vecindario internacional acusando de golpistas a sus víctimas. El ladrón detrás del juez. Y la OEA que aplaude.

En Venezuela no es Pedrito el que previene del lobo: es el lobo el que previene de Pedrito. Y para que los que quieren dejarse engañar, sus cómplices y amigos que manejan los calderos de la opinión pública internacional – de José Miguel Insulza a Lula da Silva y de Fidel Castro a Evo Morales – puedan seguir defendiendo al lobo y acusando a los demócratas, el lobo organiza elecciones, se viste la piel de cordero del CNE, se come a Caperucita, a la abuela y al guardabosques sentado a la mesa con el Departamento de Estado, Itamarati y Raúl Castro. Todo lo cual, sin emitir un eructo. Todo automatizado.

Si a ver vamos, no le temo al golpe. Llevo 14 años viviendo bajo las reglas, leyes y decretos de un golpe institucionalizado. Viendo cómo matan a mis amigos, encarcelan a mis conocidos, persiguen a mi vecindario y aplastan noche a noche en una verdadera orgía de sangre a los pobres de esta tierra. 14 años viéndolos devastar una tierra que fuera de una riqueza prodigiosa hasta convertirla en un conventillo de miseria y prostitución. 14 años viéndolos enriquecerse, corromper, difamar, asesinar, robar, engañar y denunciar un golpe que viene. No el de ellos, hecho realidad desde hace 14 años, y cuyo sangriento campanazo ocurrió hace 21 años, sino uno al que temen como a la lepra: el de millones de ciudadanos indignados tomándose calles, avenidas, pueblos y ciudades para tomarse la justicia en propias manos y cortar por lo sano. Esa maravillosa justicia expedita que nos es conocida desde las revoluciones campesinas de la Edad Media, las rebeliones populares de la España de las comunas y cuya más hermosa expresión literaria fuera escrita por Lope de Vega cuando América nacía al mundo, hace cuatrocientos años: Fuenteovejuna.

Es el golpe que vivimos el 11 de abril, cuando más de un millón de caraqueños impuso por algunas horas la ley de Fuenteovejuna, una maravillosa rebelión popular, afincada en nuestras más profundas tradiciones libertarias, truncada por la pusilanimidad de los mediocres, la cobardía de los políticos y la traición de los militares. Cuyo máximo responsable paga cárcel por confundir la letra con la ley, la Constitución con el Derecho y la verdad con la falsía.

He llegado a la irrenunciable convicción de que esta tiranía de la mediocridad, el abuso, la estafa, la prostitución, la ilegitimidad y el crimen sólo llegará a su final cuando desde el fondo de nuestra historia, a la pregunta por el responsable de la conmoción que pondrá fin a esta inmundicia se escuche: «¿Quién mató al Comendador? / Fuenteovejuna, Señor / ¿Quién es Fuenteovejuna? / Todo el pueblo, Señor».

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