Algunos líderes de oposición todavía discuten sobre la naturaleza del régimen imperante en Venezuela, y ante la duda no se avienen en cuanto a los modos democráticos para enfrentarlo. Parece no bastarles, por lo visto, que un teniente como Diosdado Cabello le impida a los diputados – quienes denuncian la ilegitimidad de Nicolás Maduro – hacer uso de la palabra en el hemiciclo, oles destituya de sus comisiones o permita que la bancada oficial les hiera a patadas y golpes sobre sus humanidades.
Parecen olvidar que el Tribunal Supremo de Justicia es notaría o escribanía, que apenas autentica y le da forma sacramental a la voluntad arbitraria que habita en el Palacio de Miraflores desde hace 14 años. Por lo pronto, tiene razón Leopoldo López cuando afirma que no vivimos en democracia, y también María Corina Machado, quien afirma, categórica, que vivimos bajo una dictadura.
La democracia cabal, no la de utilería, mal se resuelve con elecciones. De allí que sus estándares históricos demanden, junto a la existencia de comicios libres y justos, la independencia de los poderes públicos y su sujeción a la ley, la fiscalización por los jueces de los actos gubernamentales, la incompatibilidad de la misma democracia con el ejercicio del poder a perpetuidad o con propósitos de perpetuidad, el celoso respeto a los derechos humanos y sus garantías individuales, la prohibición de las inhabilitaciones políticasy la libertad de prensa.
Ese catecismo, para quien lo lea de buena fe y luego, sin escapismos de leguleyos,lo traslade a los espacios que ocupamos en activo desencuentro chavistas y antichavistas, como test advierte que sus reglas no las cumplen ni Hugo Chávez ni su sucesor a dedo.
No obstante, el ex presidente ecuatoriano, Osvaldo Hurtado, en obra reciente, al definir a los Chávez y a los Correa, habla de “dictaduras del siglo XXI”.¡Y es que éstos, como lo he repetido hasta la saciedad, usan y manipulanlos estándares de la democracia para construir “dictaduras consensuadas” y avanzar hacia los predios del comunismo sin renunciar a las “bondades” del capitalismo salvaje, corruptor y corrompido! Por lo que concediendo he hablado, en el caso y coloquialmente, de “demo-autocracias”.
Lo único cierto, conforme a Derecho y las enseñanzas de la ciencia política, es que la dictadura moderna – distinta de la añeja dictadura constitucional romana, que le permite al gobernante ejercer poderes absolutos, autorizado por el senado y en un momento de excepción, como ocurre hoy con los llamados estados constitucionales de emergencia – designa a la clase entera de los regímenes no democráticos.
La adjetivación de Hurtado cabe, justamente, por cuanto las dictaduras modernas – las que conoce América Latina durante la primera mitad del siglo XX- procuran la concentración absoluta del poder en una o en varias personas, de facto, sin autorización de las reglas constitucionales. Las de ahora, en apariencialo permiten y quienes las subvierten o las hacen mutar arbitrariamente al efecto tienen, eso sí, un claro propósito: vaciar de contenidos a la Constitución y a la democracia.
Sea lo que fuere, más allá de sus distintas modalidades o particularismos, hasta ahorano se ha encontrado un término mejor que el de dictadura para calificar a los gobiernos no democráticos. Puedenser ellos despóticos – ilustrados o no – cuando ejercen el poder pasionalmente, por encima de la ley (legibussolutus), de forma absoluta y sacralizandoal déspota. Los hay tiránicos, por carecer de título para ejercer el poder o hacerlo con uno falsificado, y asimismo autocráticos, por personalizar el poder ono ser democráticos a cabalidad, como lo piensa Hans Kelsen.
Caben, además, las distinciones entre las dictaduras autoritarias o totalitarias, según que permitan o no, sin ser democráticas, un grado moderado de movilización política de las masas.
Lo que no cabe como duda es que en Venezuela no hay democracia, salvo que la confundamos con nuestros comportamientos libertarios, irreverentes y desafiantes, acatando la ley pero no cumpliéndola, dentro de la mejor tradición hispana. Y lo veraz, bajo el peso de una tradición fatal y más allá del debate actual sobre el sexo de Maduro y de Cabello, es la presencia del caudillismo; ese que nos ata al cacique o al chamán, a Bolívar y a Gómez, y al “césar democrático” que fija como patrón nuestro Laureano Vallenilla Lanz.
Vivimos y padecemos, desde hace 200 años, sobre el olvido de nuestros Padres Fundadores, hombres de levita, loshábitos modeladoresde los cuarteles y de las armas. Mando y obediencia, en suma. Y Maduro, no les quede duda, es apenas un preso de éstos; sobre todo del General quien le sirve como ministro de la Presidencia, del otro general quien es su ministro de policía, y sobre todo del teniente, cabe repetirlo, quien es su capataz en el parlamento.
[email protected]