La vida es un misterio. El ser humano “nace, cree, se reproduce y muere”, se suele decir. Pero son tales los dramas y tantas las vivencias, variopintas cual arcoíris, que el conocimiento no agota la esencia de una mosca. Por lo cual se hace muy difícil no ahondar en la eterna pregunta: ¿Qué es lo que vale realmente en esta vida? ¿Qué le da sentido y plenifica?
En mi reducido andar, he visto personas de una talla intelectual inconmensurable que una vez alcanzaron cierta edad, ya no se pueden valer por sí mismos y son echados al olvido. ¿Dónde quedan los títulos? ¿Qué los trasciende?
Las finanzas son una montaña rusa, donde un día puedes estar en la cima y al siguiente en la calle. Fugaz es el dinero y vanos sus placeres: Desdichado aquel que deposita su confianza en cosa tan frágil y voluble. Pienso que debe existir un tesoro más allá de lo palpable, más valioso que el material.
El mundo se ha vuelto un sendero intransitable, en el que compañeros se hacen zancadillas unos a otros para obtener un puesto de trabajo; Familias enteras terminan enemistades por una herencia; Naciones completas fracasan en medio de tumultuosas e interminables pugnas causadas porque ha imperado el egoísmo; Los justos son sometidos al escarnio público por seguir el dictamen de su conciencia; y la nefasta lista continúa ad infinitum.
Sin embargo, en las circunstancias más adversas, cuando la virtud es puesta a prueba, surgen almas generosas y valientes que son capaces de nadar contracorriente, aun a costa del propio honor y fortuna. Son esas las personas que cambian el mundo, que hacen la diferencia en un entorno putrefacto y que se distinguen como la luz entre las sombras, y cuando mayor sea la contrariedad, tanto mejores serán los frutos que se puedan obtener.
Para utilizar palabras de San Alberto Hurtado: “Dios quiere sobre todo mi esfuerzo, y nada se pierde de lo que se hace en el amor”.