Debajo de la frondosa mata de guanábana, mi mamá me enseñó las primeras letras y a unirlas para formar silabas, a veces, me fastidiaba, pero eso eran todas las tardes mientras ella lavaba la ropa.
La imagen viene a mi memoria, cómo ella iba cruzando los hilos de colores y me explicaba cómo se debían combinar. Los pedacitos de hilos, yo los utilizaba para ir uniéndolos y formar varios metros de tan bellas hebras con el pabilo. Así pasaban los días. Mi padre con su máquina de coser hacia bellos arabescos. Los obreros trabajando las alpargatas y golpeando con el mazo moldeaban la suela para pegar con el hilo encerado y la lesna, la capellada que mi mamá había tejido.
Y, no sé, porque de repente, comencé fabricar sorpresas y como era muy niño,mi mamá me ayudaba a cortar los cartones, que yo enrollaba y los recubría con papeles de colores. Ella colocaba los confites y los pequeños juguetes dentro de ellas, hasta que yo aprendí.Al tener ya varias realizadas las empaquetabas por docenas y al reuniralgunas cajas, mi papá con sus artesanías se iba a venderlas por los pueblos circunvecinos, y, así, me compraba mi ropa y mi primera bicicleta. Y, entre los 10 a 12 años ese fue mi trabajo.
Y, no recuerdocómo se me ocurrió comenzar hacer portarretratos. Sentado en una pequeña silla que aún conservo, y otra silla más grande, que hacia función de mesa. Allí colocaba mis pinceles y mis pinturas “Sapolin” para trabajar sobre vidrio y pintar esos portarretratos que al reunir cierta cantidad mi padre vendía. Mi madre supervisaba y me explicaba lo referente a colores. Todas las tardes, ese era “mi juego”.
Pero mi tejedora de sueños, me cuidaba mucho. Cuando apenas una nube gris con aire de lluvia aparecía en el cielo, me encerraba en el cuarto, ya que yo había sufrido de pulmonía. Tengo en mi pecho una cicatriz que mi madre me hizo con un remedio pastoso que había que ponerlo caliente. Ella sufrió mucho cuando me quemó. No podía comer helado. No podía jugar en la calle con mis amigos, no podía patinar… y todo debido a una frase de un señor que pasó por la calle y le dijo: Cuide a ese niño que va a llegar a ser muy grande. Ella siguió ese consejo. Y siempre me decía: ¿Cómo sabía ese señor que tuserías grande?Yo le contestaba- No sé, mama. Y así, pasé mi infancia.” Hizo una promesa que durante varios años, no me cortaría el cabello.Me hacían clinejas, que a muchas personas les sorprendía, hasta que esos cabellos se lo llevaron a la Divina Pastora.
Antes de irme a París, me decía: “Tu sueñas con irte a París y no buscas una beca…, y un día, me ofrecieron una beca. Se alegró mucho y a pesar que soy su único hijo, me animó. Durante 20 años los escribimos todos los meses. Le contaba cómo eran los museos, las iglesias, mis travesuras, lo mismo que a mi papá, quien le fue duro soportar esa separación. Para mi madre, todo lo contrario, me estimulaba para que continuara y nunca me dijo: Regresa… en los últimos años las nietas francesas venían averla. Dejó nietos: Douglas, Clara y Bárbara; bisnietos: María, José y Rafael y un bello bisnieto, Jesús, y dos nietos franceses: Amandine y Joukin.
Hoy, la recuerdo, cuando juntos fabricábamos coronas para vender el día de los muertos. Con papel de colores y un lápiz yo le ayudaba a construir unas formas como unos gusanitos de colores blancos, azules, violetas, que al unirlos eran de gran belleza, colocados en grandes círculos hechos de papel periódico, o con formas de cruces, que ella iba combinándolos.
Actualmente, no estas. Te has ido. Traté de ayudarte a tu viaje. Hablamos mucho, y me decías: “No te preocupes tanto, yo pronto me voy”. “Te recordaré, mi tejedora de sueños”. Te recordaré mucho cuando vuelva a viajar a lugares lejanos, cuando veías un programa de otro país, tu frase que siempre decías: “El mundo si es grande y uno no conoce nada”. Aunque te sentías contenta de que yo hubiese viajado y conocido. Recuerdo, que me dijiste: Si te quieres ir otra vez, por mí, no te pares. A veces le daba la sorpresa con la comida y, me decía: ¿Cómo adivinaste, que yo quería comer hervido? En los últimos días comió muchas empanadas, que eran su pasión y de pedacito en pedacito se la iba comiendo, que yo con mucho cuidado se la daba.
Mis pensamientos, mis recuerdos seguirán en mi memoria, te recordaré como una madre, que me permitió crecer, viajar y, sobre todo, vivir. Ella y mi padre fueron grandes cómplices para que yo pudiera hacer mi camino, a ellos dos, mi gran amor.
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Mi madre Petra de Castillo: la tejedora
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