Visita de la doctora María Lourdes Afiuni

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Nada pudiera ocurrir que más contento nos diera, como esta grata visita a Barquisimeto de la doctora María Lourdes Afiuni. Es como fina distinción espiritual y una delicada manera de vincularse a nuestra tierra y nuestra gente, por el nexo de la cordialidad, que suscita la misma sugerencia de la luz enardecida del crepúsculo en el alcázar del atardecer.
Primicial albricia esa deferencia, que se hace más afortunada, pues, a tan pocos días de recibir su controversial libertad, Barquisimeto estuvo en la mira de sus asuntos inmediatos y hacia esta mariana cofradía encaminó sus raudos pasos, para hacer visita de preferencia singular, arrodillarse efusiva ante la Madre afectuosa La Pastora de Almas, excelsa Madre de todos los bienes y guía espiritual de nuestro pueblo.
Allí, con unción cristiana, en lo augusto del templo, como otra hija en la devoción, platicó postrada de hinojos, con la celeste mensajera, para agradecer con preces los favores recibidos por la gracia divina, de esta virgen de gloria y bendición, que intercedió por su libertad, hasta alcanzar ese bien inestimable, que la regresa a la vida social, donde con altiva independencia de criterio continuará entregada al bien común y reanudar con creces, el ideal que Dios encomienda a los buenos y a los justos.
Apremio incesante de la doctora Afiuni, era este encuentro con la Virgen de los Milagros, Divina Pastora, Virgen Zagala soberana de fe, por eso, con premura, realizó esta ofrenda, al recibir las auras de la libertad y cuando al fin concluyó, el feroz cautiverio padecido. No le administraron justicia, ordinarios jueces de derecho, sino sicarios con mentalidad de verdugos. Con saña cruel, le impidieron disfrutar de las delicias del sol y de los beneficios constitucionales del debido proceso. El cielo majestuoso lo escindieron de sus ojos. De la aurora no pudo apreciar sus celajes de oro. Sus manos padecieron el martirio de los garfios de metal. Para sufrir con mayor vigor y vileza aterradora, suscitaba temor, en débiles de entereza, la circunstancia de estar detenida de orden oprobiosa del finado Presidente. Inicua acción producida por un síndrome de paranoia del rencor.
Día aciago para Venezuela y el mundo. Los hados malignos y los designios del atavismo anárquico, coincidieron, con megalománico empeño, en la malhadada privación de libertad de la doctora María Lourdes Afiuni. Cumplía su deber de honorable magistrada, dando lustre y blasón a la soberana instancia del juez, al dictar un acto de soberanía, con pleno y estricto apoyo en la Ley, ordenar la libertad del empresario Eligio Cedeño, criterio que sin fundamento jurídico, objetó el Finado Presidente, de su orden y responsabilidad, fue de inmediato detenida, en premio a su entereza, dignidad y equidad, como administraba justicia, con la única subordinación a la Constitución y el ordenamiento jurídico.
Mucho se ha comentado en los medios de comunicación y el coloquio de fronda amiga, esta irreverente injerencia presidencial, seguida del intervencionismo ejecutivo, en lo atinente al proceso judicial, negra página que vicia y envilece, la intervención oficial, en deshonra y detrimento de la idónea Administración de Justicia. La actuación en estrados bajo predominio de retaliación y de venganza, es acto infame que se comete en vez de la impersonal y severa justicia.
Dar la libertad a un ciudadano, es semejante a cumplir con júbilo, el divino don de misericordia, que nos encomendó Dios omnipotente. He aquí, tan prístino tributo, que goza de gracia celestial, se une a este precepto de insobornable mística ética, que divulga la biblia cervantina, en el magistral libro de la lengua, el Quijote, donde hace esta profecía: “Si acaso doblares la vara de la justicia, no sea con el peso de la dadiva, sino, con el de la misericordia” (Miguel de Cervantes, El Quijote de la Mancha, edición de oro, pág. 570).
También, Andrés Eloy Blanco, nuestro máximo aeda, sumó a la gala lírica de sus estupendos “palabreos” el jolgorio criollo, de hacer bueno “el día de soltar los prisioneros”. Aquí se une la alegría desbordante de lograr la libertad, con la seguridad y deleite por terminar el cautiverio.
Al ordenar la doctora Afiuni, la libertad de un detenido, realiza un acto racional y justo, de obediencia de las leyes civiles, que eleva la dignidad de la patria, revestido de nobles paradigmas que moran en el santuario de la conciencia.

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