Maduro se está metiendo en terreno peligroso. Una cosa es atacar retóricamente a los Estados Unidos y otra, muy distinta, es atentar contra su seguridad. Lo primero es ampliamente aplaudido por el mundo y, en especial, por los socialistas europeos. Lo segundo es evitado por todos los presidentes de occidente, al unísono. En este sentido, dar asilo a Snowden es un error de cálculo proverbial, otra torpeza del ilegítimo presidente venezolano.
Quizás su intención era la de encontrar su propio espacio entre el concierto de líderes globales, mediante un acto estrepitoso como los que posicionaron a su antecesor. Sin embargo y, a muy duras penas, la protección que le ha ofrecido a Snowden pasará como un vulgar “pescueceo” político, propio de segundones y carga-maletines. Nicolás, lejos de ganar respeto, quedó como el roba-cámaras de la rueda de prensa que se mete en donde nadie lo llamó.
Lo que en Chávez era una gracia, en Maduro es una morisqueta. Cuando el mundo pensaba que se iba a quedar sin petróleo, reírse de las bufonadas de un dictadorzuelo rico en reservas era un acto de prudencia. Hoy, en cambio, se conocen muchos más yacimientos de los que podrán ser explotados en las próximas décadas, por lo que los exotismos de un presidente venezolano no serán tolerados de la misma manera. Eso sin mencionar que el carisma personal no se hereda. Maduro desconoce los límites de su influencia.
Lo positivo del asunto es que el asilo a Snowden puede atraer la atención internacional sobre el aparato de espionaje de la revolución bolivariana. Dicen que quien tiene rabo de paja no se acerca a la candela, pero Nicolás se acercó. Uno hubiese pensado que un gobierno que publica conversaciones privadas de sus disidentes, interviene las líneas telefónicas de los embajadores extranjeros y que hackea, casi por hobby, no sería tan torpe como para darle asilo a un espía arrepentido. Razón tienen los políticos colombianos al afirmar que “Maduro da ‘papaya’ para que se burlen”.
@yongoicoechea