La semana pasada perdí un amigo. Se llama Julio, era un buen amigo, siempre venía a la casa, compartía con la familia, y también era un buen compañero de estudio. Pero ya seguro no quiere verme ni en pintura. Sé que mi acusación sonó un poco brusca pero fue reaccionaria, lo juro por lo más sagrado.
Pero díganme qué habrían hecho ustedes en mi situación. Ese día Julio se iba conmigo a la casa, nos montamos en un ruta, allí entablamos conversación con la señora que tenía una bolsa con tres mantequillas. Ella se pavoneaba, como niña con juguete nuevo. Y Julio con mucha desesperación le preguntaba, si también estaban vendiendo papel tualé. La señora le dijo que ¡no!, que ella ya ni pensaba en eso, que usaba ponchera y cada miembro de la familia tenía toalla personalizada para mantener la pulcritud.
Julio, angustiado, le dio por relatar su dilema. Ya no tenía papel, su mamá se había robado el papel del Mcdonald de la Lara, pero ese también estaba a punto de morir. Al ver tal grado de desesperación, cuando llegamos a la casa, lo primero que dije a Julio fue: “Pasa al baño, haz lo que quieras”, pero se negó.
Continuó la tarde, y el tema quedo atrás. Hasta que entré al baño, y vi que no quedaba papel tualé. Inmediatamente pensé: Julio se robó el papel. Eso sí me parecía una desfachatez de su parte, una cosa era regalarle unos cuadritos de papel, a que se llevara el rollo completo, y sin avisar. Salí del baño, lo miré y le dije: Ya fuiste al baño, y él calladamente respondió: No. La mentira me enfurecía, y el subconsciente me decía: revisa la despensa, capaz se llevó la mantequilla, y en efecto no estaba allí.
Ya molesto, decido interrogarlo, como quien no sabe la cosa, y él se hacía el loco. Hasta que, supongo, no aguantó más y se fue al baño, yo corrí y pegué la oreja en la puerta del baño, claramente escuché el corte de un cuadrito de papel. ¡Se lo robó dije!, y decidí entrar sorpresivamente: Qué pasaaa, dijo Julio alarmado. Y yo le refute: ¡Cuento tres y me das mi papel, y mi mantequilla!
Julio, humillado, se molestó y aseguró que no había robado nada. Que sólo había agarrado cuatro servilleticas de la sala, pero yo insistí. Hasta que recibí el mensaje de mi madre invitándome a hacer cola en el supermercado porque no quedaba papel.
Entre la vergüenza y la risa, sólo alcance a decirle a Julio: “Mi mamá dice que llegó papel, ¿quieres ir con nosotros?»
Julio se fue, con su enorme orgullo y sin papel. Y yo con un pobre rollo papel y sin un amigo.
Perdí un amigo por culpa del papel tualé
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