(A mis padres, Josefina y Alexis, guaracheros irreductibles)
Nació Ursula Celia de la Caridad Cruz Alfonso de la Santísima Trinidad, y el mundo la conoció como Celia Cruz. En celoso misterio femenino, nunca quiso revelar en qué año nació, pero yo calculo y estimo que Don Simón Cruz y Doña Catalina Alfonso Ramos escucharon el primer llanto de su hija en algún recodo de mediados de los años 20, en el barrio Santo Suárez, en la Habana Cuba, y de seguro no se imaginaron que esa voz que llenaba sus oídos de alegría, llegaría a ser con el tiempo la más famosa, querida y admirada de la música caribeña el resto del siglo XX y aun en los albores del XXI.
La imagino inquieta, curiosa y sumamente familiar, con sus tres hermanos y sus once primos. Celia arrullaba a los más chiquiticos en su casa con canciones de cuna, y así el canto se le fue abriendo paso en su ruta vital. Porque uno se imagina que el canto en esa negrita era algo tan natural como respirar, como caminar, innato, sentido.
(“…Se oye el rumor de un pregonar…que dice así…el yerberito llegó…llegó…traigo yerba santa, pa´tu garganta, traigo keishimó, para la hinchazón, traigo abrecamino, pa´tu destino, traigo la ruda…pal´que estornuda…”)
Se escapaba esa morena de voz impresionante a mirar a escondidas, sobre una mata, junto a vecinos y amigas, los cantantes y las orquestas que amenizaban las fiestas y saraos en clubes y cabarets, en aquella Cuba de los años 40, bajo el gobierno de Fulgencio Batista y con la caña de azúcar y la inversión norteamericana como motores de la economía antillana, en ese momento pieza estratégicade suministros agrícolas para los aliados en plena segunda guerra mundial.
La Habana fue, durante esas décadas de los 40 y 50, una urbe salpicada de experimentaciones y guataca, un hervidero sonoro en la que el talento, la inventiva y una pasión telúrica por ritmos afrocubanos, entremezclados y fusionados con el jazz y las bigbands de inspiración norteamericana, fueron definiendo al bolero, al danzón, al son montuno, a la guaracha, al chachachá, al mambo y otros ritmos, como cadencias y sonoridades musicales hermanados en la geografía de la América caribeña.
Pudo ser maestra, y por presión paterna eso empezó a estudiar la joven Celia, pero pudo más la presión del alma, el revoloteo del ritmo que fluía en sus venas, y que la llevó a abandonar la formación para el magisterio, y a estudiar música.
(“…Dile a tu nuevo querer…que no hay nada que temer…porque hace ya mucho tiempo…que te borré de mi mente…y no me acuerdo de ti…pues toda mi atención, la tengo puesta en alguien, que no merece en verdad…al saber de mi mal, tal como lo soñé…”)
Recuerdo que en esa época la radio reinaba como el medio informativo y musical por excelencia, artilugio sonoro que atraía en cada sala de casa o vivienda a toda la familia. Era difícil no aprovechar esos concursos de canto para aficionados, donde uno iba a buscar la fama, a probar suerte (y para serles honestos, algunos pesos pues a veces la necesidad apremiaba). Y así Celia empezó a concursar. Y a probar. Y a intentar. Y no todo fue color de rosa al inicio, y claro que también hubo burla y duda, pero esa negrita era muy terca y sobre todo soñadora y talentosa. Y la suerte llegó. Fueron llegando los primeros contratos, las primeras grabaciones, y el asunto ya no era tan de aficionada, y era impresionante verla con su porte de mulata imponente, y su cabello recogido con cola impecable, y su vestido ceñido que delineaba unas caderas que se movían al compás único de su torrente vocal.
“Las mulatas de fuego”, “Gloria Matancera”, y la “Sonora Caracas” fueron los primeros conjuntos en los que participó Celia, y entonces la negra que quizá no era de belleza o rostro agraciado pero cuyo carisma le brotaba por los poros e hipnotizaba a quien tuviese cerca y la escuchaba, era ya una artista en crecimiento, y fue justamente Venezuela uno de los primeros países que le abrió las puertas y reconoció su gracia y talento, y era junto a México, países de la ruta obligada para orquestas y cantantes hambrientos de aplausos. Yo que viví también esa época y que pisé muchos de esos escenarios, doy fe de ello. Pero Celia era otra cosa.
(Continuará…)
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