Pacífica, democrática, constitucional y elector

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Al señalar, Ramón Guillermo Aveledo, las características de la ruta que se han trazado los miembros de la MUD hasta doblegar, en algún momento, al régimen ilegítimo de Maduro y su deriva despótica, sitúa en su justo contexto el dilema actual de los venezolanos.
La cuestión, hasta ahora, ha sido mal planteada, de donde corriente es fijar un parte aguas entre chavistas y antichavistas al describir a la sociedad que somos y en su anomia, dividida entre quienes simpatizan o no con los cubanos ocupantes de nuestro territorio en calidad de colonizadoresy no de colonos adoptados por nuestra tierra, o acaso entre“cabello-maduristas” y quienes los rechazan, incluidos algunos de los suyos.
La tragedia venezolana y su desafío democratizador discurre, como lo aprecio, por otra banda de vieja estirpe, hecha de mitos y hábitos ancestrales entre los que cuentan el célebre mito de El Dorado – la creencia, afincada desde la escuela primaria, de haber nacido en una tierra pródiga, bendita por Dios, en la que sólo hace falta una adecuada distribución de la heredad que a todosnos pertenece, sin brega alguna – y el ruego cotidiano por la venida de otro Mesías o salvador.
En el caso de éste se trata, al principio, del chamán o piache, situado allí por los americanos originarios a la manera de un “resuelve” y al confiar en que sólo él y nadie más – por capaz de comunicarse con el más allá y dominar los sortilegios – puede decir lo se ha de hacer o lo que él mismo va a hacer por nosotros para que el destino sea propicio; y más tarde, encuentra su horma en el césar democrático o gendarme necesario, magistralmente descrito por Laureano Vallenilla Lanz. Su epígono es Simón Bolívar, luego José Antonio Páez, y al hacernos modernos, es Juan Vicente Gómez, el “padre bueno y fuerte”. Todos a uno, eso sí, resumidos hoy en el fallecido Hugo Chávez Frías, por lo demás soldado de la patria.
En suma, a la luz de este anti-modelo, los venezolanos nos damos por servidos cuando el régimen, por oprobioso que sea, nos da o anuncia que nos dará, sin hacer; pues ese es el “derecho” que tenemos como herederos de unos tesoros cuya búsqueda aciaga se cobra la vida de varias generaciones de conquistadores hispanos y sus acompañantes indígenas y africanos.
Nos molesta, por eso mismo, que otros conquistadores de reciente data, sin estirpe, sin someterse a la inclemencia de una selva feraz y llena de paludismo o sin escrutarla como suerte de Arcano, se lleven proventos que nos pertenecen. De modo que, si Maduro da un golpe de timón y llena los anaqueles de los mercados, poco importará y quedará para la jerga cotidiana que lo llamen, propios o ajenos, ilegítimo, durante los próximos seis años. No por azar alegró mucho el encuentro de éste con Lorenzo Mendoza.
He aquí, pues, porqué razón ya no nos gusta Henrique Capriles. No es – y lo creíamos – un enviado del más allá. Trabaja con tesón y es mortal. Vive animado por el ejemplo de su sacrificada abuela, quien vio rasgada su piel bajo el cilicio de los nazis. Y tiene la osadía de pedirnos, como Churchill, ¡sangre, sudor y lágrimas! No hace milagros.
Chávez, por el contrario, a quien mucho han de añorar ciertos opositores, hablaba y decidía por nosotros. Hasta nos leía el pensamiento. Era la encarnación del todo, un verdadero cacique que prodigaba sin perturbar, salvo a los alzaoso pedirnos compañía en sus rezos e invocaciones interminables al sol y a la luna. Era mito y gendarme, a la vez.
El asunto viene al caso, pues para entender nuestro dilema cabe volver al principio. Unos hombres ilustrados, más adelantados que su época, endosando levitas, nos imaginaron como una nación de ciudadanos posible, por hacer y democrática, en 1810 y 1811; hasta que Bolívar, mantuano y heredero de españoles, los censura por considerar que en estos predios mal se pueden admitir a “filósofos por jefes, filantropía por legislación, dialéctica por táctica, y sofistas por soldados”.
A la civilidad le opone las espadas y su carácter expedito; eso sí, con un alto precio, a saber, la deuda eterna de la patria para con sus hombres de casaca. El considerar que la riqueza que se nos allega o el sosiego que nos alcanza hasta en nuestras hamacas, es un don, una regalía, obra de valientes, no de pacíficos como el sabio Vargas.
La democracia es una escuela exigente, que reclama de testimonio y trabajo permanente. Se niega a los extremos, es perfectible, y mal se aviene con los atajos.De modo que, el asunto no se reduce a la disyuntiva de votar o no votar, o renunciar o no al ejercicio de nuestros derechos por que el gendarme de ocasión los irrespeta. Es entender o no, de una vez por todas, que decidir nos hace dignos, o aceptar que esla concesión humillante que nos dispensan los cuarteles.
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