El Gobierno nacional se ha ocupado poco del estado Lara, y ese olvido tiene sus efectos negativos, pero cuando dirige su atención a esta entidad las consecuencias son aún peores.
Por estos días la entidad ha figurado en la agenda del poder central, y el resultado, a la vista, es altamente perjudicial. Nada de acometer obras o servicios. Nada de atender los reclamos de las comunidades, ni de los sectores productivos. Si se colocan a un lado las promesas, que se renuevan una y otra vez, en un reciclaje sin memoria de ofertas fallidas, cuanto queda de pie es esa cacería constante de altercados, la búsqueda enfermiza de mantener caldeado el ambiente, a toda costa, y ocupada la máquina oficial de las retaliaciones.
Pareciera que el principal requisito para ser funcionario de algún despacho gubernamental y sostenerse en el cargo, es asumir una actitud destemplada, intemperante, insociable. Actúan como si se tratara de extraterrestres que descendieron de repente en este punto de la América del Sur, impolutos, superiores, sin asomo de nexo con nuestro pasado como sociedad.
Desprecian a las universidades que los formaron, a los partidos en que militaron, a los gremios a los cuales pertenecen. Ningún valor ni principio está por encima de una revolución, tan carente, por cierto, de valores y principios morales. Acaba de ocurrir durante la celebración, el jueves pasado, del Día del Periodista. La alcaldía de Iribarren convoca a los comunicadores sociales para festejar la fecha y proceder a la entrega de premios, y la oradora de orden, periodista y coordinadora regional del Minci, se lanza un discurso inoportuno, cargado de descalificación hacia los colegas que, desde su perspectiva, incurren en el imperdonable delito de pensar distinto, o trabajar para medios de comunicación independientes, tan escasos, por lo demás, en tiempos de persecución, cierres, compras misteriosas de periódicos y televisoras, y autocensura. ¡Qué clase de homenaje!
Hizo bien la secretaria general del CNP-Lara, Aura Rosa Matheus, en levantarse de su asiento y retirarse, en muestra de protesta. La oradora arremetió contra los propietarios de medios, algunos de los cuales atendieron la invitación al acto, y no tuvo empacho en proponer, allí mismo, la conformación de un gremio paralelo, lo cual es violatorio del Código de Ética del Periodista Venezolano, que en su artículo 27 dispone: “El periodista está obligado a fortalecer el espíritu de fraternidad, consideración y respeto mutuo que enaltece la profesión. No deberá promover el descrédito, ni atribuir intereses o propósitos que perjudiquen moral o materialmente a otros colegas”.
Y mientras en la alcaldía se registraba semejante despropósito, la Flor de Venezuela, primero, y el Aeropuerto Internacional Jacinto Lara, después, sucumbían bajo las insaciables garras expropiadoras del Ejecutivo Nacional. En lo tocante a la terminal aérea, por “descuidada”, y miren quiénes hablan de descuido. En el caso de la Flor, porque según los ministros enviados para tal misión, apoyada en forma aparatosa por la Guardia Nacional, como si se tratara de una incursión sorpresiva en territorio enemigo, era preciso “crear conciencia ambientalista y preservar la especie humana”.
¡Preservar la especie humana! Y ¿qué pasa con los venezolanos, de carne y hueso, expuestos a la falta de alimentos y medicinas? En la Flor, durante la noche, como correspondía, la invocada siembra de conciencia incorporó la ocupación de ese emblemático espacio, ya sitiado por los militares, a cargo de un grupo, no cultural, trasladado allí en un autobús. No eran poetas ni artesanos. Dejaron un reguero de destrozos y pintas contra el gobernador, tildado, claro está, de “fascista” y de “ladrón”.
El Gobierno, en boca de su propio Presidente, sugiere que la misma oposición burló el asedio militar y ocasionó esos desmanes. Algo sencillamente inadmisible, si se toma en cuenta que se trata de un régimen con vocación policial, inquisidor, al cual la inteligencia cubana le permite la habilidad de grabar, en la biblioteca de su residencia, al historiador Germán Carrera Damas, cuando hablaba con su ex alumna, la diputada María Corina Machado.
De manera que duele el crónico olvido en que incurre el Gobierno respecto al estado Lara, y la obra de Yacambú es quizá el mejor monumento de esa indolencia. Pero tal indiferencia es menos nociva frente al daño que los señores del poder causan cuando nos toman en cuenta.