Cuando el humo blanco de la Capilla Sixtina anunciaba la elección de Jorge Mario Bergoglio como el primer Papa latinoamericano, en Venezuela sólo se podía ver por señal abierta a Nicolás Maduro hablando desde la Capilla Ardiente de su ya difunto “padre”. Fuimos el único país del continente donde los medios no pudieron o no quisieron pasar en vivo el histórico momento. Y es que nada ni nadie podía competir con la santificación de Hugo Chávez y el luto activo de su sucesor que necesitaba desesperadamente usar el funeral del “supremo” como propaganda electoral. Finalmente Maduro se dignó al final de la cadena a comentar el irrepetible suceso que el pueblo se había perdido, diciendo que Hugo Chávez había intercedido desde el cielo con su homólogo Jesucristo para que la iglesia católica eligiera a un latinoamericano como Papa. Seguidamente comenzó una campaña de descrédito a través de los medios del Estado donde se acusaba a Bergoglio de antirevolucionario y reaccionario por sus enfrentamientos previos con los Kirchner en Argentina. Pasó casi una semana para que el Canciller emitiera una nota oficial del Gobierno saludando al nuevo Papa y recordándole las virtudes cristianas de “San Chávez”, el segundo Cristo Redentor de la humanidad que acababa de morir en Venezuela según la versión oficial. Finalmente, Maduro decidió no ir a la asunción de Francisco I, mandando a la ceremonia a Diosdado Cabello, lo que en si mismo representa una ofensa.
Pero toda esa postura rebelde se desvaneció ante la necesidad de legitimidad de un Gobierno de utilería que terminó refugiándose en una visita oficial al Vaticano que duró apenas 20 minutos. La delegación estaba conformada por ateos y militares, encabezada por un seguidor de Sai Baba que cree en la reencarnación en animales. La imagen del encuentro es elocuente: comunistas de varias generaciones como Giordani y Jaua, así como un alto mando militar que hacía ver al Presidente como un rehén de un poder fáctico superior. El caso es que ahora todos son católicos ajuro por orden del difunto Comandante. Luego el Canciller trató de reinterpretar el encuentro a su conveniencia para disimular el reformismo, diciendo que tanto el Papa como Maduro se habían comprometido a luchar “juntos” a escala mundial contra la pobreza, como si se tratara de iguales o superhéroes aliados. Claro, si Chávez es Cristo, es normal que Maduro se crea Papa también. Pero antes de salvar el planeta, Maduro tiene primero que ver como hace para que en Venezuela haya comida y papel de baño, y hacer el milagro de parar la inflación y corrupción que empobrecen cada día a la población.
Tanto hablar mal de la jerarquía de la iglesia católica para terminar yendo en comparsa a besar el anillo papal. No es lo mismo ir al Cuartel de la Montaña a visitar al cada vez más olvidado “Cristo de los pobres”, que viajar a Roma a todo lujo para conocer a Su Santidad. Con razón sacaron del aire a La Hojilla y Un Grano de Maíz; para que el aburguesamiento y el faranduleo se pueda hacer impunemente.
Pero estas contradicciones trascienden del plano religioso y espiritual. En lo ideológico y económico es el mismo guión, como se evidenció con la reunión entre Maduro y Lorenzo Mendoza. Como diría Juan Luis Guerra, la guagua va en reversa. La revolución se encuentra en una especie de purgatorio expiando pecados a ver si logra entrar al paraíso capitalista como hizo China y donde está Brasil. Su próxima carta será la legalización del dólar paralelo y la apertura económica. Todo vale para evitar caer en el infierno al que la condenó el socialismo trasnochado de Cuba. El problema es que cometieron un pecado mortal que no han querido confesar: Asesinaron la producción nacional.
En cualquier caso, no fue el Papa el que reconoció a Maduro (esa no es su labor), fue Maduro quien reconoció finalmente a la jerarquía católica. A ver qué pasa ahora, persignémosno.
Caso cerrado, el dictamen final lo tiene usted.
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