En cualquier país del mundo que aspire a ocupar aunque sea un punto minúsculo de relevancia en el concierto de naciones, conservar su dignidad, su soberanía, y no ser relegado a la lista de pueblos condenados al atraso, al subdesarrollo, resulta fundamental medir el papel que ocupa la educación en la fragua de su presente, así como en la definitiva construcción de su futuro.
La verdadera batalla se está dando, ahora mismo, en el campo del conocimiento. La premisa es clara: saber es poder. Al calor de la llama de esa noción, se planifica intensamente en los Estados Unidos, en Europa, en China. Igual en los países desarrollados como en las potencias económicas emergentes. En democracias o bajo el comunismo. El denominador común son las crecientes inversiones que se destinan a la investigación de alta tecnología.
Por eso es fácil predecir qué sociedad estará a la delantera, a la vuelta de una o dos décadas, en materia de desarrollo. Finlandia, la meca en cuanto a la preparación de su población escolar, tendrá en breve tiempo los profesionales mejor formados del mundo. Allí se cuida el equilibrio emocional del escolar, al punto de que tendrá el mismo maestro a lo largo de los primeros seis años de la primaria. La educación, verdaderamente gratuita, no un simple enunciado en la Constitución, abarca, desde el preescolar hasta la universidad: clases, comedor, libros y todo el material didáctico. Además, los padres se sienten los principales responsables en la formación de sus hijos, antes, incluso, que la propia escuela. Asimismo, asumen que sus niños, el más grande tesoro que podrían poseer, han de estar al cuidado de profesionales bien preparados, socialmente valorados, nombrados mediante rigurosos procesos de selección, y, en consecuencia, decentemente remunerados.
Europa afronta lo que se ha dado en llamar una “emergencia de innovación”. En Francia se diseñan las “organizaciones del conocimiento”. Japón ensaya un plan piloto, bautizado como “Cambio Valiente”, que moderniza en forma ambiciosa y radical el concepto de su educación, concebida para moldear a los jóvenes como “ciudadanos del mundo”, proclives a aceptar y convivir con todas las culturas, sin verse sometidos a los ritos de un falso patriotismo, ni al superado nacionalismo. En China, los niños acuden a la escuela desde las 6:30 de la mañana hasta las 8 ó 9 de la noche. Sus estudios privilegian la ciencia, la tecnología, las matemáticas. Esa potencia emergente tan cotizada por los ocupantes de Miraflores, tiene 12% de los graduados del mundo. Es casi lo mismo que el Reino Unido, Alemania y Francia, juntos. En Estados Unidos, firme en el primer lugar, con 26% de los graduados, afloran los tecnoclúster, las ciudades científicas.
Pero, mientras esos afanes bullen en buena parte del mundo, aquí basta oír las pesadeces y los maleducados desplantes del Presidente en ejercicio, cuando masculla y gesticula sus rabias y encadena la radio y televisión sólo para despotricar sin límite de tiempo de la “derecha fascista” y exponer la versión del más reciente intento de magnicidio; eso es suficiente, decimos, a la hora de darnos cuenta del desprecio que abrigan quienes ostentan el poder en Venezuela por todo ejercicio intelectual. Hacia todo cuanto huela a cultura, a debate, a diversidad. La prueba reina es, quizá, la actual crisis de las universidades. No sólo el Gobierno les tiende un cerco financiero que esteriliza su capacidad académica, de investigación e innovación, margina la ciencia y la tecnología y acaba con el programa de becas estudiantiles, sino que, encima, veja a los profesores con salarios de hambre y un trato infamante, exponiéndolos, rebajándolos a la categoría de zánganos, de delincuentes que no se sabe qué hacen con los dineros públicos que reciben.
La educación está muy lejos de ser prioridad del Estado. Los profesores de nuestras universidades aparecen entre los peor pagados en la América Latina, por debajo de Colombia, México, Brasil, Chile, Argentina, Ecuador. Las normas de homologación fueron echadas al cesto de la basura y para discutir la materia contractual, que invoca el socialismo, se deja por fuera a la genuina representación del sector.
Eso ocurre aquí, mientras en el mundo se libra ahora la batalla del conocimiento y se dignifica y moderniza la docencia. Nuestra carrera es a la inversa.