¿Qué harías si no tuvieses miedo? ¿Hasta dónde hubieses llegado, si tus temores no te habrían detenido? Quizá has oído está pregunta muchas veces, pero no te has detenido a responder sinceramente.
¿Puede alguien ser feliz y tener temor al mismo tiempo? ¿Pensar en forma clara y tener miedo? ¿Ser confiado y temeroso? ¿Compasivo y miedoso? No. El temor es un inquilino en el terreno de nuestro corazón que cada vez quiere hacer su edificio más grande, para así ocupar todo el terreno y dejar espacio a la felicidad y esperanza, lo malo es que muchas veces éstas acceden sin colocar presión alguna. Por ello enfrentar nuestros temores es un reto al cual debemos hacerle frente cada día. Al final de tu vida no te lamentarás tanto por las cosas que hiciste, como por aquellas que dejaste de hacer y la razón principal por la cual no intentamos ir más allá del lugar adonde estamos hoy es, por miedo al fracaso.
Es común ver hombres y mujeres que esconden sus miedos detrás de la prudencia, sus frases favoritas y que esconden sus temores son: “Hay que ser prudente”, “No inventes mucho”, “Es mejor dejar las cosas como están” y otras más. No digo que la prudencia no sea necesaria, sólo que cuando está oculta, nuestros miedos se convierten en la excusa perfecta para no intentar aquellas cosas que podemos lograr y a las cuales fuimos llamados. El escritor francés Chartier Alain dijo: «El hombre que tiene miedo sin peligro, inventa el peligro para justificar su miedo». Pablo anima a los creyentes de filipos a no dar cabida a emociones desagradables y agotadoras <<No />> (Filipenses 4:6).
Quienes se concentran en sus miedos no crecen; se paralizan.
Hay dos tipos de miedos y es bueno que los identifiques cada vez que te enfrentas con ellos, el miedo racional vs. miedo irracional. El miedo está relacionado a sensaciones normalmente desagradables que tienen lugar ante una amenaza externa que identificamos en el lugar donde nos encontramos.
Si no puede alcanzarte (esa cosa, persona, circunstancia, elemento y otras) y/o perjudicarte es irracional y una emoción innecesaria.
El miedo es una emoción y nuestras emociones son neutrales en sí mismas; no son ni buenas ni malas. En los animales el miedo es un instinto básico, sin él sería fácil convertirse en la presa de un devorador, es allí donde la prudencia tiene lugar y es racional, lógica, nos ayuda a evaluar las cosas que tienen el potencial de hacernos daño, y que pueden alcanzarnos y/o dañarnos.
En nosotros el miedo es una respuesta natural a un peligro o amenaza, sea física o psicológica. Lástima que también hayamos aprendido y desarrollado temores irracionales, que de diversas maneras nos impiden alcanzar mucho de lo que Dios tiene para nosotros.
La situación no la determinan nuestros miedos, sino la percepción de la misma. En otras palabras, como interpretamos lo que pasa en nuestro alrededor. Una persona puede sentir que muere sólo por estar en una embarcación movida por el oleaje, mientras otros disfrutan del movimiento que produce el mar.
Cuando las mentiras se vuelven poderosas
Lo que hace que un temor irracional, sea para nosotros totalmente legítimo, es que estamos convencidos, que aquello con lo cual relacionamos nuestro temor, es realmente peligroso o amenazante, aun cuando puede ser falso, un autoengaño de cual nos convencemos.
Sentir el miedo es una emoción real, pero la razón por la cual lo sientes puede ser completamente irracional. Las mentiras sólo tienen poder en tu vida cuando tú las crees, pero si no las crees no ejerce ningún poder en ti. Con razón Jesús dice: “conocerán la verdad, y la verdad los hará libres.” (Juan 8:32 NTV), conocer la verdad va mucho más allá de saber algo, tiene que ver con abrazarla, incorporarla, hacerla parte de nuestra vida. Cada temor debe evaluarse y reconsiderarlo para así ver cuán racional o irracional es.
Piense en mi amigo Mario, quien continuamente está evitando subir en el ascensor ya que está convencido que algo malo le ocurrirá y se convence cada vez más de ello. ¿Es la situación lo que genera el miedo de Mario o lo que viene a su mente, se dice a sí mismo o imagina? Definitivamente, las mentiras que creemos nos paralizan.
Salomón lo dice de esta manera: “porque cuales son sus pensamientos íntimos, tal es él” (Proverbios 23.7) Con razón alguien dijo una vez que el ochenta por ciento de nuestros temores son ilegítimos, porque se apoyan en cosas que nunca ocurrirán o en cosas que ya ocurrieron.
¿Puedes imaginarte una vida sin temor?
El peligro puede ser real, pero el miedo es una elección. El miedo puede robarte mucha diversión y trascendencia, muchas experiencias maravillosas de la vida. Los que están llenos de temor no pueden amar profundamente. El amor es riesgoso. No pueden dar a los pobres. La benevolencia no tiene garantía de dar dividendos. Los que están llenos de temor no pueden soñar con entusiasmo. ¿Y qué si sus sueños desparramaran y cayeran del cielo? La adoración o aferrarte a la seguridad debilita tu grandeza. A menos que estemos dispuestos a abandonar la seguridad, jamás llegaremos a hacer cosas trascendentes. Por ello vale la pena seguir la instrucción de Jesús al decir: No tengas miedo. ¿No te parece que el temor tiene un costo muy alto?
El hombre lobo en casa
Cuando tenía seis años de edad, mi papá me dejó quedarme despierto hasta tarde para mirar la película El hombre lobo. Les aseguro que lamentó su decisión. La película me dejó convencido de que el hombre lobo estaba todas las noches rondando nuestra sala, buscando su comida predilecta; que era un muchachito de seis años. Mi temor presentó problemas. Para llegar a la cocina desde mi dormitorio, tenía que pasar peligrosamente cerca de sus garras y sus colmillos, algo que yo era reacio a hacer, sentía que venía detrás de mí. Más de una vez, fui al cuarto de mi papá y lo desperté. Al igual que Jesús en la embarcación, mi papá estaba completamente dormido en la tempestad. ¿Cómo puede dormir una persona en un momento como ese?
Abriendo un ojo y soñoliento, me preguntaba: «Pero, ¿por qué tienes tanto miedo?» Yo le recordaba al monstruo. «OH sí, el hombre lobo», refunfuñaba. Entonces salía de la cama, se
armaba de valor superhumano, me escoltaba a través del valle de sombras de muerte, y me servía un vaso de leche. Yo lo miraba, maravillado y me preguntaba: ¿Qué clase de hombre es
este? Hoy me produce solo risas.
Dios ve nuestras tormentas, nuestras agitaciones, de la misma forma que mi padre veía mi temor hacia el hombre lobo. Solo le causaba risa, pero me llevaba a entrar en razón y caminar en la verdad.
El temor no desaparecerá sólo porque lo desees, tienes que enfrentar tus temores, evaluar lo irracional de los mismos, mirar en tu corazón las mentiras que te controlan, pero por sobre todo hacer de alguien más grande que tú ese sustento, fuerza, y ayuda. Jesús es el único indicado.
No importa cuán grande sea la tormenta, no temo, pues sé, que quien controla los vientos y la lluvia permanece a mi lado.
Esfuérzate y Hazlo.