Milagros en arquitectura

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la ciudad como tema

Tambien en arquitectura ocurren milagros. Uno de ellos fue la construcción de la Ciudad Universitaria de la UCV. Su historia comienza en 1943 cuando Isaías Medina decreta el Instituto Autónomo Ciudad Universitaria y lo pone bajo la dirección de Carlos Raúl Villanueva. Derrocado Isaías Medina, contra lo que hoy parece increíble, el proyecto y su director fueron continuados por los varios gobiernos que se sucedieron. Más aun, tras la caída de Pérez Jiménez, cuando Villanueva era vilipendiado por los tontos de siempre que lo acusaban de ser “el arquitecto del régimen”, Larrazábal y Betancourt lo confirmaron en ese proyecto que se iba materializando facultad tras facultad y servicio tras servicio.

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El milagro fue la inusual combinación del talento de Villanueva y sus colaboradores con la voluntad de varios gobiernos de continuar con el proyecto. La UCV es una isla de 165 hectáreas de quietud en medio del marasmo caraqueño, con edificaciones funcionales y obras de arte, una muestra de lo que puede lograrse cuando hay el propósito de hacer obras valiosas que perduren en el tiempo, por encima de las mediocridades que siempre hacen por destruirla, tanto en su estructura física como institucional. Pero ayer como hoy, La Casa que Vence a las Sombras lo sigue haciendo.

Ya en los últimos años de Juan Vicente Gómez la naciente actividad petrolera atrajo a cientos de miles de campesinos que abandonaron el campo atraídos por las nuevas oportunidades de trabajo. De muchas maneras sus vidas mejoraron, pero las ciudades se llenaron de ranchos. Aunque con el tiempo la migración campo-ciudad casi cesó, la multiplicación de los ranchos continuó por el crecimiento vegetativo de la población ya urbanizada. Hoy más de dos millones de familias esperan por viviendas y urbanismos de calidad.

En 1928 Gómez fundó el Banco Obrero pensado inicialmente solo para financiar viviendas sociales pero años después pasó a construirlas directamente. Al frente de los proyectos tambien estuvo, por poco tiempo, Carlos Raúl Villanueva. Pero a pesar de sus esfuerzos, nunca pudieron construir más rápido que el crecimiento de la población, de modo que el déficit se fue agravando. Si en 1941 solo el 15% de la población caraqueña vivía en ranchos, en el 2.000 lo hacía el 56% y la cifra sigue creciendo. El problema de los ranchos es que aunque muchos se van transformando en viviendas consolidadas, pasando de las tablitas al bloque y del cinc a la platabanda, están mal construidas y levantadas en terrenos no aptos y carentes de servicios.

La situación, ya grave durante los últimos años de la cuarta república, empeora con la quinta, cuando las políticas populistas paralizan la construcción de viviendas –tanto sociales como de clase media- por la crisis económica y el empeño en destruir a la industria de la construcción privada, el acoso judicial a los constructores, la casi desaparición de cemento y cabillas con el agregado de las invasiones y expropiaciones de terrenos.
Ante la necesidad y la promesa de construir centenares de miles de viviendas ocurre entonces el milagro: el de las viviendas invisibles, una novedosa manera de construir viviendas de las que se anuncian que se han construido tantas y cuantas, sin especificar donde están ni quienes las están recibiendo. Somos el país que inventó la vivienda invisible. Seguimos dentro de la tradición literaria del realismo mágico, ahora extendido a la arquitectura. G. H. Wells, el autor de El Hombre Invisible, se sentiría alagado de saber que su personaje ya tiene la posibilidad de conseguir una vivienda apropiada a su invisibilidad.

¿Podrán los maduristas honrar la palabra del Presidente Eterno, quien prometió acabar con el problema en 20 años? Los europeos tardaron 100 años en resolver la crisis de viviendas que les produjo la revolución industrial, un fenómeno social y económico de impacto similar al que provocó el petróleo entre nosotros. Para que responda le doy una pista: todavía la gente de Vargas no ha sido atendida en su totalidad.

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