Esta antesala al mes del tambor, como hemos denominado al mes de junio por conmemorarse las fiestas de San Antonio de Padua, San Juan y San Pedro, se acentúa con el repique de tambores que desde el 1º de junio comienza a oírse en los distintos caseríos y pueblos en señal de que se aproximan las fiestas de la tradición, que según los especialistas, se llaman de esa manera por estar vinculadas a las baterías de tambores que acompaña a cada santo.
Así lo explicó el investigador y docente Luis Enrique Silva Ceballos, quien basándose en varios de sus estudios y entrevistas, habló sobre el mes del tambor y las interesantes connotaciones musicales que lo distinguen.
“En los años 40, el doctor, poeta y escritor Juan Liscano, fundó el Servicio de Recopilaciones Folclóricas, dependencia del Ministerio de Educación. Liscano fue el precursor de los estudios folclóricos en el país y quien se encargó de difundirlos en un famoso festival que se realizó en el Nuevo Circo de Caracas. Fue la primera vez que los caraqueños conocieron las distintas manifestaciones de oriente, el centro, occidente, el Zulia y Los Andes, y por supuesto el sur”.
Luis Felipe Ramón y Rivera, quien fue por más de 30 años director del Instituto Nacional del Folclore y su esposa, la doctora Isabel Aretz, profundizaron los estudios hechos por Liscano. Entre los dos, publicaron más de 25 libros sobre la música folclórica, los instrumentos y la música tradicional venezolana.
“Entre los años 40 y 50 empieza a conocerse el trabajo científico del folclore en Venezuela y es cuando se ubican en esa fiesta de la tradición las fechas específicas de los santos por las costumbres traídas de los españoles”.
El patrono de los negros
El mes del tambor se inicia el 12 y 13 de junio con la conmemoración de San Antonio de Padua en todo el estado Lara.
“El profesor Rafael Salazar en sus libros sobre el tema apunta que en 1609 se forma la primera cofradía de negros en las riberas del Río Tocuyo. Esa creencia viene de que los españoles no sólo aportaron la religiosidad, sino también a los santos de los que eran devotos. Es así como se cruza lo indígena, lo africano y lo español. De allí emergen los sones de negros, como al comienzo se le llamó a los sones del tamunangue”.
Silva Ceballos acotó que en principio no se llamaba tamunangue sino sones de negro porque se celebraba fuera del contexto urbano, en las haciendas de El Tocuyo.
“Los viejos tocuyanos con los que conversé al respecto, entre estos, «El Gordo» Peraza y el profesor Raúl Colmenárez Guédez, me comentaron que cuando se acercaba el 12 y 13 de junio, ellos decían vamos para unos negros”.
La palabra tamunangue se comienza a oír muchísimos años después, relacionada directamente con el tambor llamado «tamunango». Luego, la suite folclórica se comenzó a llamar tamunangue. Hay ritmos africanos muy característicos en la ejecución del tambor.
El otro aporte es el indígena, con el toque de las maracas, el cual es bien particular en cuanto a su esencia.
Por último están los cordófonos, es decir, la batería de cuerdas, integrada por el cuatro, el cinco, el medio cinco, el seis y el cuatro monterol, un instrumento muy característico que se usa única y exclusivamente en El Tocuyo y con más de 400 años de usanza.
Por otra parte, el doctor Rafael Domingo Silva Uzcátegui, en su enciclopedia larense y en sus trabajos sobre los sones de negros apunta que es muy probable que La Batalla tenga una gran influencia del juego de esgrima, el cual se llevó a lo más cotidiano y popular, el garrote.
Los investigadores sostienen que el tamunangue es la manifestación folclórica, danzarea y musical más importante de América Latina por las distintas mezclas que se conservan puras en su estructura.
“Como docente e investigador creo que los larenses tenemos todo el derecho de pedirle a los organismos culturales y demás investigadores la posibilidad de solicitar ante la Unesco que así como fueron declarados Patrimonio de la Humanidad los Diablos Danzantes, se declare los sones de negro o tamunangue Patrimonio de la Humanidad por los más de 400 años que tiene la manifestación”.
Si San Juan lo tiene….
El otro santo en importancia es San Juan, fiestas que se celebran el 22 y 23 de junio y que capitaliza todos los membranófonos o tambores de la región central y centroccidental del país.
A San Juan se le baila y se le canta en los estados Vargas, Miranda, Aragua, Carabobo, Yaracuy y Lara, específicamente en Duaca, municipio Crespo.
“La batería de tambores es inmensa y sus cultores cada vez se esfuerzan más en enseñar los distintos toques de los tambores como es el caso de la mina y la curbata, el burro negro o cumaco, tambor redondo o culo e’ puya y los tambores pipas… membranófonos devocionales utilizados en la manifestación dedicada a San Juan”.
Para la comunidad negra de Vargas, Miranda, Carabobo, Aragua, Yaracuy y Duaca es fundamental celebrar la festividad de este santo, el cual es sumamente milagroso, ya que según la historia, cuando se enfermaba un esclavo, le hacían una rogativa y unos toques de tambor que espantaban la enfermedad rápidamente.
En Naiguatá, dijo Silva Ceballos, se celebra a San Juan con cuatro burros negros o cumacos de gran sonoridad y ocho pipas. Es algo impresionante y cargado de energía.
“Por eso tiene tanta fuerza el mes de junio. Se viene de mayo con fiestas a la Cruz para anunciar las lluvias y se entra en el mes de junio para celebrar con gran fuerza en los campos a San Antonio, San Juan y San Pedro”.
La parranda de San Pedro
Si San Pedro se me muere lo vuelo a resucitar, rezan los cantos dedicados al santo.
“Es muy milagroso y se celebra en dos poblaciones del estado Miranda.
El 28, 29 y 30 de junio se cierra el mes del tambor con esta festividad. Se usan muchos tambores de la celebración de San Juan en la de San Pedro”.
La leyenda nació en la hacienda San Pedro, ubicada en Guarenas en la época de la Colonia. Los esclavos celebraban el único día que tenían libre en todo el año porque el patrón era devoto del santo.
“La hija de una de las esclavas enfermó y su madre prometió que si se recuperaba honraría a San Pedro con una procesión por Guarenas. Antes de morir la mujer encomendó la continuidad del ritual a su esposo y éste la cumplió vistiéndose de mujer”.
Esa manifestación popular religiosa la llevan a cabo unas personas que se visten con sombrero, traje negro y grandes chapaletas que se tocan en el suelo.
“Consiste en un baile ritual con elementos teatrales incorporados a la celebración que comienza en la víspera del día de San Pedro con una serenata ante las puertas del templo de la localidad. A la mañana siguiente la imagen del santo es conducida desde la casa de algún devoto hasta la iglesia donde tiene lugar la misa en su nombre”.
La parranda está integrada por los sanpedreños, los tucusitos y otros personajes que rodean a María Ignacia, figura central del cortejo.
Los sanpedreños dan inicio a la danza y al canto de coplas en el altozano del templo, desde ahí se inicia el recorrido para visitar los hogares del vecindario, donde obsequian a los sanpedreños bebida, comida y dinero en efectivo.
Finalmente, se dirigen a una casa donde les sirven un plato de comida criolla conocido como tropezón.
La música es interpretada por un conjunto conformado por dos, tres o más cuatristas que hacen su ejecución al ritmo de las maracas. Los cantores entonan coplas alusivas a la fiesta a los dueños de las casas, parranderos y público presente.
El vestuario es variado. El abanderado luce sombrero de copa, pañuelo al cuello, paltó negro, pantalón y alpargata.
Lleva una bandera con la inspiración de las letras que identifican la parranda. El cargador del santo viste igual que los demás parranderos y conduce la efigie adornada con flores.
Los sanpedreños danzantes van trajeados de levita y pumpá y calzan cotizas de cuero.
El personaje de María Ignacia está representado por un hombre vestido de mujer con una falda floreada, blusa de mangas largas, un sombrero y alpargata, lleva el rostro embetunado y tiene un bulto dentro del camisón para simular que está embarazada, conduce en brazos a una muñeca de trapo negro la cual representa a su hija Rosa Ignacia.
Los tucusitos son dos niños que acompañan a María Ignacia en la parranda.
Fotos: Archivo