Militantes de una causa de fe, nuestro tránsito por la juventud socialcristiana supuso una constante interrogación sobre el ideario histórico concreto. E, incluso, todavía liceístas, llegamos a ella cuando se apagaron los últimos resplandores de una extraordinaria conflictividad ideológica que nos cautivó, intentando reconstruirla.
A principios de los ochenta, entre los círculos de estudio sobre Medellín y Puebla, desplegamos una modesta investigación que se tradujo en un folleto nunca publicado y numerosas fichas – por cierto – todavía sobrevivientes. Procurábamos sensibilizar a algunos compañeros sobre la materia y, olvidando cómo lo logramos, contactamos a Joaquín Marta Sosa.
Quien suscribe, junto a Alirio Materano y Jesús -cuyo apellido ya ni recordamos-, compartimos un largo café con quien fue uno de los líderes más destacados de la Juventud Revolucionaria Copeyana (JRC), en los sesenta, hasta que se marchó traumáticamente para cumplir otro itinerario político. Además de los libros que compramos y leímos (aunque acá cabe decir “compré” y “leí”, sincerando un poco más el estilo), ejemplificando las claras inquietudes del entrevistado, tomamos (“tomé”) la precaución de empuñar un aparato portátil de grabación que él aceptó.
Una estupenda entrevista, Marta Sosa fue muy elocuente al reflexionar sobre la historia de la JRC y, concretamente, señalar a los responsables del escándalo que provocó su salida del partido demócrata-cristiano, finalizando la década de los sesenta. Aportó magníficos detalles sobre el caso, además de esbozar las condiciones que hicieron posible y pertinente el debate ideológico, extendiendo el periplo cumplido en el movimiento estudiantil.
De un trato cordial y amistoso, reñido con la fama de “intragable” que sus coetáneos dibujaban, el suyo fue un ejercicio de pedagogía política al que sumó la recomendación de un artículo de Henry Kissinger, publicado en El Nacional ese día (21/01/83), cuya edición nos acompañaba. Alegaba que era imperdonable que los jóvenes no repararan en la diaria prensa, dejándose inquietar por textos de importancia y profundidad que ayudaran a la “costumbre militante del hacer y del pensar”, la que – desde ese día – convertimos en nuestra personal consigna.
Concluyó el largo café vespertino y autografió tres de sus libros que llevamos, uno de los cuales, el de arte, adquirido con nuestros (o “mí”) ahorros de liceísta (s), añales atrás. Posteriormente, perdimos todo contacto y será en los noventa que cabalgaremos su obra poética.
En medio de las periódicas remociones de libros y papeles en casa, emergió el ejemplar autografiado de una obra que nos trenza a la nostalgia de ese otro país que fuimos, desenfadadamente desconocido por las nuevas generaciones que lo creen desechable. Y, superada la rabia que el tiempo provocó, nos remitimos a Jesús Cuyo-apellido-ya-ni-recordamos, a quien le confiamos la transcripción de la grabación y, como una gracia, algún tiempo después confesó que uno de los hermanos regrabó la música de moda en los tres cassettes que le prestamos. Sin embargo, hay otra curiosidad sobre el personaje.
Era un activista de Petare, con sonora voz de locutor, que solía también llamarnos a casa. Pronto se hizo sospechoso de un ingenuo y torpe oportunismo, porque su interés fue el de relacionarse con los – por entonces – miembros del secretariado nacional de la JRC, adscritos a una tendencia que vivió grandes dificultades en el otrora partido de gobierno. Por ello, nunca fue específico y convincente su compromiso, demostrándolo cuando la derrota de Copei en 1983 lo hizo resueltamente inlocalizable.
Por casualidad, a mediados de los diez del siglo XXI, nos tropezamos con Cuyo-apellido-ya-ni-recordamos, en uno de los pasillos del Multicentro Empresarial de Chacao e, inevitable, simuló una respuesta a nuestro irónico saludo. Lo abordamos en la mesa donde se sentó y preguntó si todavía nos molestaba la pérdida de una grabación, pasados más de veinte años, con una incómoda y forzada cordialidad: llegó la persona que esperaba con la casi esponjosa franela chavista y comprendimos cuán inútil, innecesario y morboso era señalarlo expresamente como aquél copeyano de la juventud, pues, siendo los días en los que dábamos algunas ruedas de prensa, como subsecretario general del partido, bastó ese “lo he visto en alguna parte” que el recién llegado telegrafiaba entre las cejas.
Una vieja página autografiada, nuevamente enseña que hay cosas que no pueden prestarse con facilidad, agregada la señal de alerta frente al oportunismo. Más importante todavía, que hubo un país, ese otro país donde unos muchachos citaban al autor de un libro y, aceptando darle la vuelta al mundo con unas tazas de café, intercambiaban ideas sobre el pasado y presente con la esperanza del hombre nuevo.
@luisbarraganj
De las cosas que no se prestan
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