Hace ya algunos años, cuando los índices delictivos comenzaron a subir vertiginosamente, se logró identificar dentro de la problemática la existencia de una variable sorprendente: Ni más ni menos que la definitiva instauración de la vinculación real y eficiente entre la actividad hamponil y los cuerpos policiales. No era sólo la penetración casual, circunstancial o focalizada, sino el nexo orgánico e integral que fusionaba la conceptualización del delito como una forma de rebeldía social, tesis preferida del charlatán eterno, con acciones operativas metódicamente planificadas con propósitos políticos. Mejor ejemplo que las tenebrosas vivencias experimentadas por la comunidad larense no podemos encontrar, y la evidencia de esa tragedia está documentada gracias a la valentía de una pluma que decidió hacer del coraje la tinta de su profesionalidad.
Es indudable que contubernio tiene raíces mas profundas y alcances mayores. Toda la sociedad sabe que el pico ascendente del delito, además del estímulo que recibe por la lenidad y la permisividad, es un ariete estratégico que se maneja en mesas situacionales como forma de amedrentar y sembrar el terror dentro de los sectores sociales que conforman el tejido esencial de la nación. No es contra los estratos mas pudientes, ya que además de la red crematística con la cual el Estado ha envuelto al grueso de esos sectores, la posibilidad de agenciarse protección privada o hasta de “pagar vacuna” es indudable en esas esferas. Se trata de destruir el sustrato de país: el trabajador que madruga para ir a su centro de labores, la dueña del pequeño expendio de periódicos, el joven que usa la buseta, el pensionado que hace cola para cobrar su asignación, el profesional que habitualmente toma la misma ruta, el dueño del pequeño abasto. La vorágine destructiva se gestó diabólicamente y contó con la complacencia del inefable charlatán eterno, y de ese engendrar de bajeza deviene el parto que constatamos en la frecuencia noticiosa que nos narra cómo algunos escoltas, guardaespaldas y acompañantes motorizados, en sus horas de asueto, “mientras el camarada legisla por el pueblo, está en el ministerio o descansa merecidamente”, se redondean unos recursos extras con el asalto a un desprevenido transeúnte o con la eficacia de un relampagueante secuestro express.
Ahora el ciclo del odio arremete con mayor ímpetu. Aparece como mágica y providencial solución una suerte de guerra envolvente ordenada desde La Habana y a través de la cual se decreta la presencia de contingentes de la FANB para combatir la inseguridad. Tamaña desproporción es una locura conceptual que amerita enfoques muy analíticos, pero en este momento solo debemos asumir que esa iniciativa es la cristalización del más refinado ensayo represivo contra el ancho segmento social que ha conformado la barrera de resistencia cívica; ese que estudia, razona, trabaja, piensa y emprende; que emplea y se emplea; ese que aborrece al hampocomunismo y que los ha hecho retroceder.
Blitzkrieg (I)
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