A Mairim le pusieron su nombre invirtiendo el de su hermana Míriam.
Maolenín condensa en sus letras los héroes de sus padres. Del amor entre Dilia y Francisco nació Dilifrancis. En Venezuela, la creatividad y la extravagancia en los nombres no tiene límites.
«Quizá obedezca a un afán de singularidad. A pocos venezolanos les gusta tener un nombre muy común; al contrario, para muchos es satisfactorio tener un nombre único o poco corriente», explica a la AFP la lingüista Yraida Sánchez, profesora de Gramática y Redacción en la Universidad Católica Andrés Bello.
En el área de «Nacimientos» de un claustrofóbico cuarto del registro civil de Caracas, se amontonan decenas de gruesos tomos, viejos de décadas. Al azar, la mirada se posa en las amarillentas páginas del mes de marzo de 1994: Yaquelin, Lisnayder Neybel, Betzabé, Korelis Katherine, Yessica Leidi, Yusmary del Carmen, Keibel…
«A veces es pesado, nos tienen que deletrear casi siempre el nombre», dice Yinnayth, una funcionaria del registro, cuyo nombre es una adaptación del árabe y según ella significa «dios del cielo».
El fenómeno, típico del Caribe, es especialmente exagerado en Venezuela, y más aún en el petrolero estado occidental de Zulia, donde es habitual crear nombres con apariencia foránea, como Yanniuski; transformar frases o palabras de otros idiomas, como Leidysnay (del inglés «lady’s night», noche de mujeres), o distorsionar nombres indígenas o extranjeros, como Maikel.
os hay que combinan o invierten nombres de familiares, otros convierten topónimos en antropónimos, como Bolivia o Germania, otros transforman sustantivos comunes en propios, como Brisa.
Algunos se decantan por nombres relacionados con el contexto político o cosas que pasan en el mundo.
El presidente Nicolás Maduro, por ejemplo, mostró en varios actos a su nieta Victoria, que lleva ese nombre porque nació «en los días de la gran victoria del 7 de octubre» pasado, cuando el fallecido Hugo Chávez venció en las urnas al opositor Henrique Capriles.
Pero no siempre fue así. Cuando nació Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar, en la Venezuela colonial, y hasta la época del boom petrolero en la segunda mitad del siglo XX, «la gente le hacía más caso a la Iglesia, los nombres llevaban más la influencia de los santos, se ponían nombres compuestos muy largos como para proteger a los niños, pues había mucha mortalidad infantil», explica a la AFP la historiadora Margarita López Maya.
De ahí también viene la práctica, todavía vista en la actualidad, de dar a todos los hijos el mismo nombre del padre o de la madre y diferencias con un segundo nombre, como Carlos Manuel, Carlos Alberto y Carlos Luis.
Pero hacia los años 60 del siglo pasado, la llegada de la democracia, que fue muy seglar, hizo que la gente empezara a crear mucho y a adoptar nombres extranjeros, sobre todo ingleses y de influencia socialista.
Sin límites legales
Por ahora no existen límites legales a la hora de poner nombre, ni en el tipo ni en la cantidad.
«Quizás un funcionario del Registro Civil pueda aconsejarle a un padre que no llame a su hijo Dios o Hitler, pero no hay nada legal que lo impida», explica Sánchez, miembro de la Academia Venezolana de la Lengua.
El presidente Chávez (1999-2013) quiso poner algunas limitaciones para que no se pudiera dejar en ridículo a los niños, pero el proyecto no prosperó. La idea «fue inspirada en una revisión de los registros del Consejo Nacional Electoral, en los que constaba un Supermán», agrega Sánchez.
Pero desde 2010 una nueva ley del registro civil permite a los venezolanos cambiarse el nombre cuando alcanzan la mayoría de edad.
«Yo no me lo cambiaría. Así me acuerdo siempre de mis hermanos Romel, Reny y Luzmila», explica Ronyluz en una calle del centro de Caracas.
Foto: Archivo