Éxodo y revolución

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La salida masiva de ciudadanos cubanos parece ser un hecho consustancial al proceso revolucionario, que ha tenido a la cabeza a Fidel Castro por casi cinco décadas. A lo largo del tiempo, un parte aguas ha servido para hacer a unos cubanos más patriotas que otros: el socialismo, entendido como verdad absoluta. Los otros –los que necesariamente están equivocados- han debido salir de la patria. Asumir el éxodo en tanto en la patria socialista no hay cabida para el disenso, ni para lo distinto. La fracasada invasión de Bahía de Cochinos galvanizó tempranamente al proyecto fidelista: nació una Cuba socialista, teniendo como pivote un liderazgo personalista.
Tempranamente, en los años 60, miles de cubanos salieron de la isla, los gusanos o la gusanera, como les tildaba el poder en su momento. Junto a los que tenían cuentas pendientes con la justicia, y aquellos que efectivamente perdían con el nuevo modelo económico, terminaron saliendo también los que rápidamente entendieron que no tenían cabida en una nación de vocación única.
Las décadas que siguieron, con un mayor aislamiento de Cuba –generado tanto por Estados Unidos como autoinducido por el régimen-, no parecían arrojar luces favorables para el cambio. Todo lo contrario, el socialismo fidelista se consolidaba como un modelo, lógicamente irrepetible –menos aún tras la muerte del Che-, pero con fortaleza para resistir a pocas millas del enemigo. Hasta que llegó la crisis de la Embajada de Perú y la consiguiente salida de miles de cubanos a través del puerto de Mariel. De nuevo, se repetía la historia del éxodo.
Para el gobierno los que se iban eran los desadaptados, los que estaban envenenados por la propaganda capitalista; amén de que también Fidel aprovecharía tal crisis para enviarle delincuentes y enfermos mentales a la comunidad de Miami. La periodista cubano-estadounidense Mirta Ojito, ganadora de un premio Pultizer, regresa a su adolescencia en la isla con el libro “El Mañana. Memorias de un éxodo cubano”, del cual emerge su propia historia de marielita, de cubana que abandonó la isla en aquel 1980.
La de Ojito fue diríamos que la vida de cualquier niña y adolescente en una isla marcada por la dependencia económica de la Unión Soviética, que se agudizaría al no alcanzarse la meta de los 10 millones en la zafra de 1970, junto con el dogmatismo ideológico que quedó claramente expresado con la realización del primer congreso del Partido Comunista Cubano en 1975. Nacida, en 1963, en el seno de una familia que no se sentía parte del proceso socialista, durante la primera etapa de su vida logró sobrevivir en el sistema sin ser parte enteramente de él: asistió a misa hasta que eso terminó siendo un problema, y sus padres eludían cortésmente las actividades político-ideológicas. La falta de adhesión socialista terminaría colocando prontamente un techo a la adolescente, además de marcarla socialmente, con lo cual en sus años de pubertad también comprendió que al ser su familia diferente, debería irse del país. Siendo cubana, no tenía cabida en su país al no abrazar el credo socialista.
La decisión de irse, sin retorno, sin embargo sobrevino en el propio contexto de la crisis de la embajada de Perú, cuando se percató cabalmente que no había espacio para la diversidad. Miles de cubanos invadieron suelo peruano y acamparon largamente en los jardines de la sede diplomática. Los mítines de repudio fueron la respuesta gubernamental, acompañados de huevos podridos lanzados sobre los que se atrevían a traspasar la línea. No cabían dudas: los diferentes, los que no comulgaran con el socialismo de Fidel nada tenían que hacer en Cuba. Mirta Ojito formó parte de un nuevo éxodo, más de 125 mil cubanos dejaron de tener un lugar en su patria en 1980.
El tema del éxodo ha sido parte de la historia cubana de las últimas décadas. El exilio partió en dos a familias enteras y terminó por expatriar a mucho talento cubano. Mirta Ojito es un claro ejemplo de ello, y en su caso ha tenido la virtud de poder contarlo de forma magistral.

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