La designación de un nuevo patriarca de la Iglesia católica tiene implicaciones tanto religiosas como políticas. En el primer punto, destaca Jorge Bergoglio como un hombre de intensa espiritualidad, conservador en relación a los temas de las costumbres sexuales, de trato sencillo, de mucha fe, alejado de los oropeles, de la opulencia y de la vida mundana, que quiere encausar su apostolado en el surco de la entrega de Francisco de Asís. El nombre que ha escogido para su apostolado condensa todo un programa y una visión del mundo.
Sin embargo, las implicaciones políticas de su designación están por definirse. El Vaticano es un Estado, y la estructura de la Iglesia siempre se ha articulado al poder, a las ideologías sociales y a posturas de carácter geopolítico. Por lo demás, el sucesor de Pedro no es designado por Dios, ni en un encuentro místico, sino por un cuerpo colegiado en el que se expresan múltiples opiniones e intereses. La misma renuncia del papa así lo revela. Por lo demás, la alta jerarquía del Vaticano tiene amplias potestades, maneja fortunas bancarias y domina formidables palancas de influencia en todo el planeta.
El Papa Francisco ha salido bien librado de las acusaciones sobre su participación en la violación de los derechos humanos en Argentina. No es a partir de ese episodio que pueda establecerse la orientación política que tendrá su gestión. Las afirmaciones del premio Nobel de la Paz Adolfo Pérez Esquivel son concluyentes: «Bergoglio no tuvo nada que ver con la dictadura».
Ahora bien, le corresponde al nuevo pontífice designar los altos mandos del Vaticano. Quizás esto permita vislumbrar hacia dónde apuntará en lo político el santo padre. Hasta el momento, sólo se conoce del rol jugado por el otro cardenal argentino, Leonardo Sandri, para conseguirle los votos a Bergoglio en el reciente cónclave en que fue electo. Se trata de un hombre de la maquinaria del palacio apostólico, que logró mantener cierta distancia con las pugnas internas que precipitaron la renuncia de Benedicto XVI.
Hay que recordar que el cardenal Sandri estuvo vinculado políticamente al cardenal Rosalio Castillo Lara y posiblemente conocía de sus planes de 2005. En un reporte publicado por wikileaks, se señala que Sandri informó a Estados Unidos que estaba “preocupado acerca del generalizado giro hacia la izquierda en América Latina”. Mencionó “que había consternación acerca de varias figuras que parecen estar viendo hacia Castro y Chávez, incluyendo a Andrés Manuel López Obrador”. También solicitó Sandri el apoyo directo de la Iglesia católica estadunidense a la Iglesia venezolana “para contrarrestar el atractivo de Chávez”.
Todavía está por verse si el Papa Francisco actuará o no con autonomía frente a las diferentes facciones del Vaticano. Por el momento sólo se sabe que tanto el clan del Cardenal Bertoni como el del Cardenal Sodano han perdido poder, pero se desconoce cuál será el destino del cardenal Leonardo Sandri, quien posiblemente sea partidario de que el Vaticano juegue a la contención de la izquierda latinoamericana. Aunque tal vez la incógnita sobre la futura orientación política de la Santa Sede se despeje de un modo sencillo y el papa Francisco haga realidad su promesa de “una Iglesia pobre y para los pobres”. Después de todo, Suramérica no es Polonia.
Suramérica no es Polonia
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