Hace días por casualidad viendo algunos videos al azar por el You Tube me detuve en dos personajes bastante curiosos, por un lado el que fuera Presidente del Ecuador: Abdalá Bucaram (1952), quien fuera derrocado por su propio Congreso en el año 1997 alegando “incapacidad mental”, algo que “el Loco”, así es su sobrenombre, se encargó de confirmar con sus excéntricas conductas.
Bucaram fue un populista sin pudor, un aventurero, un payaso de la política, un deslenguado cuya audacia sólo fue proporcional a sus carencias. Excesivo y mitómano hasta el desenfreno. Su discurso político fue incendiario e irresponsable. Se hizo pasar por un líder popular en contra de la oligarquía de su país a la que tildó de “esperma derretida” junto a otras lindezas de su mismo tipo. La verdad es que uno no entiende como hombres delirantes y toscos, al estilo de Bucaram, pueden concitar apoyo y fanatismo en el numeroso conglomerado de ciudadanos que terminó siguiéndole.
Utilizando el estribillo “Abdalá” en muchos de sus pegadizos videos clip, que utilizó para promocionarse, lo hicieron pasar como “La Fuerza de los Pobres”. El colmo de la cursilería se puede ver en el video, donde junto a unas jóvenes en mini falda, sale el que fuera Presidente de Ecuador, mal cantando y bailando la famosa canción el rock de la cárcel. ¿Como un desequilibrado pudo ser exitoso en la arena pública? Nos habla a las clara de los alcance de una política pedestre y caricaturesca que no es exclusiva de los latinoamericanos.
Por lo menos Bucaram fue un “loco” benigno al lado de otro desquiciado que además de compartir las dotes histriónicas fue un aventajado infame. Un criminal de esos cuya alma la han vendido al Demonio sin apenas sentir arrepentimiento. Nos referimos al Führer, al muy civilizado Adolfo Hitler, cuyo mandato sobre los alemanes en el periodo 1934-1945 los llevó al peor de los infiernos. Hitler, uno de los padres del fascismo en su vertiente nazi, al igual que Bucaram decía representar al pueblo, y les prometió a los alemanes una sociedad sin castas y rangos sociales, aunque eso sí, debían desarrollar una lealtad perruna a sus caprichos belicistas reconociéndole como líder inmaculado. El fanatismo subsiguiente junto a una bien aceitada maquinaria propagandista hizo el resto.
Otro rasgo llamativo en Hitler es que en muchos de sus discursos pre bélicos su principal llamado era hacia la paz. La paz para construir cementerios bajo la mirada complaciente de las principales potencias liberales de la época, como lo fueron Francia e Inglaterra, incapaces de hacer frente al desaforado voluntarismo del cabo resentido. Y luego, de tanto hablar de paz, vino la invasión sobre los sudestes checos, la invasión de Polonia y luego de Francia junto al resto de Europa. El destino manifiesto alemán a través de la tesis del “espacio vital” se fue consumando alrededor de una pesadilla cuya presencia más visible fue la parca junto a su atuendo funerario.
Definitivamente, la política en manos de locos sueltos deviene en tragedia, y si las sociedades no se auto protegen de los mismos, éste cuento cíclico y nauseabundo pone en entredicho la máxima de Cicerón (106 a.C-43 a.C) que asume a la historia como “Maestra de la Vida”.
Política y lo locura
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