La casa del pintor Oswaldo Vigas es un pequeño museo que retrata su trayectoria artística, y que nos hace sentir orgullosos del talento venezolano. A sus 87 años, este valenciano consagrado en escenarios internacionales, se siente más artista que nunca, y afirma que todavía le falta mucho por pintar.
Con una sonrisa en su rostro, que expresa satisfacción por su trabajo, confiesa que siempre está pendiente de sus creaciones, y hasta que no las ve partir, sigue estando pendiente de ellas.
Su fiel compañera, su esposa Janine, quien ha sido cómplice de sus trazos, y con quien ha compartido décadas de su travesía por el arte. Ambos son el complemento perfecto de sus vidas.
“Estoy muy bien, a pesar que tuve un ACV, pero lo he superado en gran parte. En estos momentos estoy haciendo una serie de crucifixiones, la imagen de Cristo con pequeños animales. También tengo una exposición en Miami, y otra nueva para final del año. Para Caracas hay un proyecto de exposición, pero no está definido todavía”, expresó el artista.
– Es considerado uno de los artistas contemporáneos más importantes de Venezuela, ¿cómo se siente con esa responsabilidad?
– Como algo natural, no lo he buscado, me llega y punto.
– El año pasado fue condecorado por el Rey de España, ¿qué son los premios y reconocimientos?
– He tenido muchos, y espero muchos más. Pero no me interesa recibir premios, pero sí me los dan, estoy muy feliz de que reconozcan mi trabajo. Es algo muy importante saber que tu obra ha sido reconocida, sobre todo, en países extranjeros que no me conocen, eso tiene mucha importancia para mí y me incentiva a trabajar todos los días. La opinión del resto de la humanidad es muy importante respecto a lo que uno hace, pero también tengo mi propia opinión.
– ¿Qué significan las exposiciones?
– Lo mismo que las obras. Es una forma de ser reconocido, y una forma de vivir, de participar con la humanidad, con el resto de los seres, porque si uno está solo no hace mucho, es la compañía la que implica progreso, y reconocimiento de uno mismo, ante uno mismo. También porque uno siempre duda. Mi pintura no es una cosa calculada, es intuitiva, mi obra no sé si está buena o malo, felizmente la mayoría que hago, está bien, no la rompo, pero a veces sí, lo borro, lo rompo y lo corrijo. Hay obras corregidas muchas veces, y al final, después de muchas correcciones, queda terminada, pero eso no siempre es así, porque esa es una cosa completamente azarística, porque yo no soy pintor decorativo que hace siempre lo que quiere, yo no sé nunca si lo quiero o no.
– ¿Y sus obras?
– Cuando termino una obra, la doy por terminada cuando se va, antes no, solamente sé que está terminada cuando se la llevan. Hay algunas de las cuales no quisiera desprenderme, parece que quien la hizo, no soy yo, es alguien que está por encima de mí. Yo nunca calculo lo que voy hacer, en eso tengo siempre sorpresas, yo soy el primer sorprendido de lo que hago, a veces me produce mucha sorpresa y felicidad, y a veces contradicciones.
– ¿Le da sentimiento desprenderse de sus cuadros?
– A veces, otras no me importa, pero eso tiene una compensación, porque la obra va a vivir por su lado.
– ¿Cómo siente que ha evolucionado?
– Yo no he evolucionado, pienso que lo que hago ahorita puede ser tan importante como lo que hice ayer, igual puede pasar mañana, puede llegar a ser más interesante, pero no mejor, cada época tiene su importancia, cada momento, pero no puedo decir que una es mejor que otra.
– ¿Qué nos diría del cubismo?
– Fue algo muy importante en la base de la pintura, en la mía también. Hay muchas obras mías de los años 40 que son cubistas. En mis comienzos tenía influencias del cubismo, pero para mí no es una escuela, sino un sistema de composición que me sirvió siempre, pero no es mejor que otro.
– ¿Cómo es su día?
– No hay ninguna regla, no sé nunca lo que voy hacer en el día. La serie de las crucifixiones son muy buenas para mí, porque son figuras expresivas que transmiten dolor, y al mismo tiempo, revuelta, protesta, porque tengo un Cristo horita que está amenazando a la gente.
– ¿A que le atribuye su éxito?
– A la constancia en el trabajo, a la responsabilidad ante uno mismo, porque no me importa la opinión de los otros, lo primero es mi opinión sobre lo que hago. Es importante que lo que hago me interese.
– ¿Tiene alguna cábala?
– Debe haber algo pero yo no lo sé (risas).
– ¿Influye el estado de ánimo?
– No, porque una vez que comienzo a pintar, me olvido de todo lo demás. A partir de ese momento ya no dirijo mis acciones, mi pintura no tiene una dirección racional.
– ¿Es su desahogo?
– Mi pintura es más importante que yo, y ella me hace ser lo que ella quiere, no yo.
– ¿Cuál es la pintura perfecta?
– Mala, la pintura perfecta es mala. La vida perfecta no es vida con riesgo, y no hay vida donde no hay riesgo, y el arte también es así, eso es lo importante, porque el riesgo traduce emoción, y eso es lo importante en el arte. Si el arte perfecto no tiene emoción, entonces no sirve, es decorativo, es arte menor, no mayor. El arte menor sirve para adornar, el arte mayor sirve para transcender a la muerte, y eso es lo que busca uno, transcender, no adornar.
– ¿Qué lo inspira?
– Todos los seres que me rodean, mi hijo es importante, mi mujer, mis amigos, los artistas que son mis compañeros, todos me interesan, y cuando tengo un compañero enfermo me duele mucho, siempre he sido muy sensible a las penas de los demás, no solamente a las mías.
– ¿Qué le dejó París?
– París ha sido lo más importante en mi vida. Lo que viví allá, lo que tuve allá, no lo he tenido en ningún sitio del mundo. Llegué cuando tenía como 25 años, desde entonces sigo visitando París como si fuera la primera vez.
– ¿Le coloca nombre a sus obras?
– Sí, porque es necesario que la gente se apoye en algo. Colocarle un nombre sirve de puente para que la gente que lo observa pueda conseguir la forma de comunicarse con ellas, porque la pintura necesita comunicarse con uno, y uno a través del nombre lo ayuda. Los escojo con los amigos que me ayuden.
– ¿Qué le falta por pintar?
– Todo, porque nunca termino, y no terminaré nunca. Me moriré con un pincel en la mano.
– ¿Cómo ve su país?
– Debería estar muy bien, pero no lo está. Está pasando por una crisis moral, no solamente política, sino moral, entre lo que es bueno y lo que no lo es, lo que dicen que es bueno y lo que quieren imponer a la fuerza, porque hay doctrinas de fuerzas impuestas por otros países inclusive, filosofía de dominación, que no dejan cabida a más nada, y Venezuela está siendo víctima de eso, de filosofía de dominación y de querer destruir lo que no pertenece a esa ideología. Pero todo eso no tiene nada que ver con el arte. A veces hay artistas que no crean por la situación, pero un artista no se para por nada.
– ¿Qué le dice a las nuevas generaciones?
– Que trabajen, no hay otra forma, eso hace todo. La inspiración no existe, es el trabajo que existe, eso produce inspiración y creación, a partir de ahí todo aparece y todo se vence, las dificultades desaparecen con el trabajo.
– ¿Sus sueños participan en su pintura?
– He soñado con cuadros, pero nunca un sueño ha influenciado en lo que pinto, pero sí he soñado con obras de arte, y después las olvido.
Su libro
Actualmente la Fundación Oswaldo Vigas está trabajando en una exhaustiva recopilación del quehacer del artista para un libro que saldrá el año que viene, con más de 500 páginas ilustradas a color.
Quienes posean una, o más obras del artista, por favor escriban al siguiente correo: [email protected], para incluir sus pinturas en esta insigne publicación.
Por Venezuela participará en el libro la especialista Bélgica Rodríguez, quien se ocupará de Oswaldo Vigas en el contexto del arte latinoamericano y su relación con otros artistas como Oswaldo Guayasamín, Wilfredo Lam, Rufino Tamayo, entre otros.
De Estados Unidos, Marek Bartelik realizará un estudio sobre Vigas y el contexto internacional, específicamente el europeo y norteamericano. De Colombia Álvaro Medina, que desarrollará el arte prehispánico y Vigas; mientras Federico Morais de Brasil, aportará otros aspectos sobre su obra.
Picasso y Dalí
“Con Picasso tuve mucha relación, con Dalí no tanto. A Picasso lo conocí muy bien, estuve tres días viéndolo, hablando, comiendo, pero después no pude ir a verlo más. Cuando me despedí, me gritaba “vuelve”. No me llevé ninguna de sus pinturas, le dije que si volvía le aceptaría un regalo. Me dijo que tenía que volver pronto”.
La historia con Dalí ocurrió en París. “Fue en una conferencia. Llegó en un rolls royce descapotado, con la cabeza afuera, el resto del auto estaba cubierto de coliflores, cuando abrieron la puerta todos rodaron por las calles, que era empinada. Yo tenía mi puesto, pero había mucha gente sin entrada. Dalí se abrió camino entre la multitud, abrió la puerta y comenzó su conferencia leyendo, la multitud le tiraba cartoncitos de papel, pero él seguía leyendo su papel”.
“Otro día Dalí estaba firmando su libro, uno grueso que costaba una fortuna, la gente hacía cola. Llegué a la librería y pregunté si tenían algo más barato, y me encontraron algo pequeño y delgadito. Me puse en la fila. Dalí firmaba con un aparato que tenía en su brazo que medía su fuerza, luego él daba el papelito. Cuando llegué, con mi librito chiquitico, me vio con una cara, y se quitó todo, pero me firmó el libro, todavía lo tengo”.
Texto y fotos: Mayelit Valera