Que olvidadizas son algunas personas. Tan acomodaticia y convenientemente amnésicas. Me refiero a la deshonrosa costumbre de hacerse las despistadas para quedarse con lo ajeno. Hasta con la paz ajena.
Hay un dicho popular que refleja algo de esto. “Triste destino de un libro prestado, nunca devuelto y siempre maltratado”.
Por efecto de este refrán podemos inferir cantidad de situaciones, verbigracia el caso del inquilino que so pretexto de no tener donde irse, se hace el musiú para quedarse con el inmueble que no le pertenece porque no es el propietario. Cuando la gente olvida regresar aquel dinero u objeto que le han entregado en préstamo, jugando al olvido de su propietario y así no devolver lo que no es suyo.
Desencadenar enredos para argüir que se tienen derechos sobre lo que no se tiene ninguno, para quedarse con lo que es de otro u otra.
Fingir, dramatizar, teatralizar escenarios para despojar al propietario de sus bienes, es una tramoya bélica, estratégicamente macabra para robar al prójimo sus pertenencias.
No en vano el décimo mandamiento de la Ley de Dios reza así: “No codiciarás los bienes ajenos”.
Y es que ya ni asombra como gente con una biblia bajo el brazo alardeando de ser mejores personas, aúpan, respaldan e impulsan a otros a arrebatarle la tranquilidad a quienes para ellos no profesan su fe.
Pero es una fe de frágil alianza con Dios, pues en su nombre de hace el mal disfrazado de bien, y es prudente recordar que “nunca se hace el mal de manera tan plena y alegre que cuando se hace bajo un falso principio de conciencia”.
Sin embargo, todo tipo de gente sin alianza aparente con Dios, hace cuanta tropelía puede para segar lo ajeno como propio.
Igual hay quienes se fundamentan en derechos que aun no han nacido en el mundo jurídico, para reclamar y quedarse con los bienes de sus padres. Son prácticas deshonestas que desgraciadamente encuentran eco y respaldo en quienes en ocasiones se dan golpes de pecho, de rectitud y honorabilidad.
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