Llectura Tres lochas

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carlosmujica928@ yahoo.com

Al pueblo llegaba de Barquisimeto, entre días, un vendedor de helados llamados “el Polo”. La parvada de muchachos de aquel entonces, numerosa y libre, cuando nos conducíamos a la escuela y en la hora del “recreo” aprovechábamos para comprar los helados que para todos eran “polos”. Dame un polo –pedía algún desprevenido, (costaban una locha). El consecuente consumidor, indagaba: ¿qué sabores tienes?
Eran tres muchachos, una hembra que lógicamente asistía a la escuela de niñas y dos varones. Siempre ha sido común que los padres abandonen a los hijos desde muy pequeñines. Y estos muchachos padecían de esa ausencia. Un día, sólo un día, incalificable, se apareció a la casa el padre abandonante; la sorpresa produjo en los muchachos una rebosante alegría y el eterno ausente la recompensó dándole a cada uno de los hijos una locha. Muy complacida, la madre también se sintió. Cosas de muchachos, con las lochas en sus manos, soñaron esperar al polero. En efecto, cuando oyeron a la campanita del carrito vendedor de polos, corrieron entusiasmados a darle la bienvenida al vendedor. Cada cual escogió su sabor y todos salieron con su tubular palito de polos. Al calor de sus lenguas saboreaban el dulce almíbar del polo. Al frente de la casa de estos muchachos vivía una familia de apellido Aponte a donde la madre les había encomendado a los hijos que fueran. Los muchachos entraron a esta casa “chupándose” sus polos y allí, por casualidad, hallaron al padre. Los miró con mirada y rostro interrogativo y con voz fuerte y altanera, preguntó: ¡qué vaina es esa que comen? Los muchachos sorprendidos en su ingenuidad, resbalando sus polos entre sus labios, los dejaron de saborear y a voz en coro, contestaron: ¡polo! El ceño arrugado, la cara de total rechazo. Hubo un prudente y angustioso silencio en la actitud de los muchachos; un silencio hizo como compacto bloque que llenara la distancia entre los hijos y aquel señor mal encarado. ¡Denme acá esa vaina! Atemorizados e impotente los muchachos cedieron a la imperante orden y entregaron los polos apenas comenzados. Al fondo de la casa de la familia Aponte había un patio donde una ruma de tercios de leña cual desafiante muro se levantaba. (En las cocinas todos los fogones eran de leña) Y el tozudo y obstinado padre arrojó con toda su diabólica acción los tres polos contra el montón murado de los tercios de leña. Mudos, los muchachos respetuosos y tímidos, sin quejas, vieron conque rapidez se extinguieron las lochas; el humilde regalo que los había alegrado.
Todo volvió a la rutina en la vida de la madre y de sus tres hijos. El padre, consumada su acción, desapareció. Tal vez volvió a su errabunda ausencia. Quién puede predecir lo que hará con su vida; ¿quién podrá imaginar si habrá de producirse otra inesperada visita a la familia? La vida es un don y un castigo cuando no se tienen principios. Como acto milagroso, este señor y padre hace su vida. El dinero, así sean tres lochas, no lo es todo.

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