Cuando París era la capital del siglo XIX, en 1863, publicó Ernest Renan, de 40 años de edad, un polémico libro, en donde desde la óptica del positivismo liberal, salió a la búsqueda del Jesús histórico, lo que equivale a decir el Jesús de carne y hueso, real. Tal libro no es más que la parte primera de los siete volúmenes de su Historia de los orígenes del cristianismo. Junto con otros escritores, tales como los alemanes David Strauss y Ludwing Feuerbach, le negó divinidad a Cristo y la unicidad o singularidad del cristianismo, todo lo cual constituyó un gran escándalo que le ocasionó fuera expulsado de su cátedra universitaria.
Estudió para sacerdote, le gustaba definirse como cura fallido, pero bien pronto se fue tras la ciencia natural que dominaba los escenarios académicos franceses con las eminentes figuras de Littré, Taine, Ribot, Durkheim. Sus dos grandes centros de interés fueron el positivismo comteano, y el otro, las sociedades semíticas. Bajo aquel sistema cientificista pondrá bajo examen las culturas orientales. Conocía las lenguas del Medio Oriente y hasta visitó, en compañía de su hermana, tales lugares para escribir los siete volúmenes arriba citados. Dirá que los semitas son una “raza incompleta”. Argumentaba que no tienen epopeya, ni mitología, ni ciencia, ni filosofía, ni ficción, ni artes plásticas, ni vida civil. Y el mismísimo Karl Marx se refirió despectivamente de los semitas: “No pueden representarse a sí mismos, deben ser representados”.
Con todo, agrega Renan, hicieron una contribución modesta a la civilización: la introducción de las religiones monoteístas, agrega. Una vez cumplida esta misión, la raza semítica deja que la raza aria marche sola a la cabeza de los predestinados del género humano. El progreso para los indoeuropeos vendrá en la medida en que se alejen del espíritu semítico. El cristianismo debe alejarse de la influencia judaica para hacer predominar el genio de la raza indoeuropea. La obra judía va a desaparecer, no así el genio griego, argumenta, pues lejos de la retórica, la ciencia racional experimental prevalecerá.
La religión del desierto llamará Renan a los monoteísmos: el judaico, el cristiano y el islámico, juicio que no es más que la burda manifestación de un determinismo geográfico. La geografía marcadamente regular del desierto es la indicación del infinito, dirá Renan, con la presunta autoridad que le confiere la ciencia del siglo XIX. Es el desierto el origen simbólico de nuestra fe. Recordemos que la pareja primordial fue arrojada de un vergel, el Paraíso, para dar con su humanidad pecadora, precisamente al desierto.
Lo que no le perdonaron sus contemporáneos a Renan fue cuando escribió: “Lo que en efecto distingue a Jesús de los agitadores, no solo de su tiempo, sino de todos los siglos, es su perfecto idealismo. Jesús, hasta cierto punto es un anarquista, porque no tiene idea alguna del gobierno civil”. El papa Pío IX lo condenó y por ello se le llamó en lo sucesivo el “blasfemo europeo”, en tanto que el Collège de France lo destituyó de su cátedra.
El carácter antimetafísico del positivismo le hará decir de los milagros: “sucesos sobrenaturales, milagros, son imposibles en sí; luego las relaciones evangélicas son falsas, o, son leyendas. Hasta hoy día, sentencia Renan, no hay un milagro probado. Se puede decir- escribe-que esto de los milagros no son otra cosa que adicciones de los discípulos de Jesucristo.
Cuando Vida de Jesús llegó a la apacible y recoleta Venezuela del siglo XIX, Juan Vicente González (1810-1866) y Amenodoro Urdaneta (1829-1905) se encargaron de destrozar al “libro impío”. Hoy no asusta a nadie, nos dice nuestro paisano, el humanista caroreño Luis Beltrán Guerrero. En la reposada urbe del Portillo de Carora -la “ciudad levítica de Venezuela”- el diabólico libro y sus lectores fueron perseguidos y anatemizados por un sacerdote extremadamente conservador -hoy diríamos reaccionario- Monseñor Pedro Felipe Montes de Oca, quien en su obcecación llegó a oponerse a la fundación del Rotary Club a mediados del siglo pasado en su ciudad.
Ernest Renan y Vida de Jesús
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