Pensar
Este quiebre de la idea de identidad nacional y de la oposición entre una clase dominante y otra dominada, reflejaría -en cierto modo- la existencia de vastos sectores sociales hasta el momento no contenidos o negados en estas categorías y una reducción de los conflictos a universos opuestos diametralmente. Desde esta perspectiva, la crisis de lo político no se refiere, como superficialmente a veces se expresa, al plano de la administración de la cosa pública, sino fundamentalmente al plano de la definición de una identidad social compartida por el conjunto.
Per la autora advierte que desde la posición «proposmoderna», estas rupturas fueron vistas con agrado. Sin embargo, las promesas iniciales de la posmodernidad fueron trayendo consecuencias paradójicas: «en nombre de la mayor tolerancia, se producía un vacío de normatividad, dejando espacio compensatorio a fanatismos racistas…; el dibujo de jóvenes sin ideales duros se parecía demasiado al de aquellos sin ideales a secas;…del abandono del fanatismo ideológico/político se pasó al abandono de toda preocupación por lo colectivo…» (Follari, 1998). Los referentes perdidos no encontraron reemplazo y la fragmentación inicial se convirtió en una fatal descomposición y desintegración de la sociedad. El festejo posmoderno fue llegando a su fin.
El estado de la situación al cual hoy asistimos no es mera crisis de las organizaciones sino un fenómeno más profundo de «desinstitucionalización», en el sentido fuerte de pérdida de pautas supraindividuales de regulación de la vida social sin que exista para éstas un reemplazo. Y esto repercute fuertemente en los sujetos sociales.
Para Zygmunt Bauman (2004), El poder puede moverse con la velocidad de la señal electrónica; así, el tiempo requerido para el movimiento de sus ingredientes esenciales se ha reducido a la instantaneidad. En la práctica, el poder se ha vuelto verdaderamente extraterritorial, y ya no está atado, ni siquiera detenido, por la resistencia del espacio. Este hecho confiere a los poseedores de poder una oportunidad sin precedentes: la de prescindir de los aspectos más irritantes de la técnica panóptica del poder. La etapa actual de la historia de la modernidad –sea lo que fuere por añadidura– es, sobre todo, pospanóptica. En el panóptico lo que importaba era que supuestamente las personas a cargo estaban siempre “allí”, cerca, en la torre de control. En las relaciones de poder pospanópticas, lo que importa es que la gente que maneja el poder del que depende el destino de los socios menos volátiles de la relación puede ponerse en cualquier momento fuera de alcance… y volverse absolutamente inaccesible.
Agrega mas adelante:
El fin del panóptico augura el fin de la era del compromiso mutuo: entre supervisores y supervisados, trabajo y capital, líderes y seguidores, ejércitos en guerra. La principal técnica de poder es ahora la huida, el escurrimiento, la elisión, la capacidad de evitar, el rechazo concreto de cualquier confinamiento territorial y de sus engorrosos corolarios de construcción y mantenimiento de un orden, de la responsabilidad por sus consecuencias y de la necesidad de afrontar sus costos. La elite global contemporánea sigue el esquema de los antiguos “amos ausentes”.
Puede gobernar sin cargarse con las tareas administrativas, gerenciales o bélicas y, por añadidura, también puede evitar la misión de “esclarecer”, “reformar las costumbres”, “levantar la moral”, “civilizar” y cualquier cruzada cultural. El compromiso activo con la vida de las poblaciones subordinadas ha dejado de ser necesario (por el contrario, se lo evita por ser costoso sin razón alguna y poco efectivo) Aferrarse al suelo no es tan importante si ese suelo puede ser alcanzado y abandonado a voluntad, en poco o en casi ningún tiempo. Por otro lado, aferrarse demasiado, cargándose de compromisos mutuamente inquebrantables, puede resultar positivamente perjudicial, mientras las nuevas oportunidades aparecen en cualquier otra parte.Zygmunt Bauman. 2004.