La magia de los números

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“Hay un número mayor de personas con un ingreso suficiente para alimentarse, pero debe tenerse cuidado con esta afirmación pues ni cercanamente significa que dejaron de ser pobres”. Tal afirmación corresponde al académico mexicano Salomón Chertorivski, experto en política social, y cobra vigencia meridiana en nuestro país por estos días. El discurso oficial en Venezuela insiste en la tesis de que se derrotó la pobreza. Nada más lejos de la realidad, por más esfuerzo de maquillaje que se haga en los métodos del Instituto Nacional de Estadística (INE).
Para quienes tenemos interés en los problemas de fondo de nuestra sociedad, es necesario conocer con exactitud la metodología a la que apeló el INE para lograr la fantástica reducción de la pobreza que se exhibe como un logro revolucionario. Volvamos al caso de México. Chertorivski nos recuerda que se produjo un debate en ese país en torno a cómo debería medirse la pobreza. La Secretaría (Ministerio) de Desarrollo Social para hacer frente a la falencia, pues el gobierno central carecía de una metodología apropiada, convocó a siete reconocidos académicos para conformar el Comité Técnico para la Medición de la Pobreza en México. Tal equipo, durante el gobierno de Vicente Fox, diseñó un método, que no libre de polémica, fue finalmente aceptado tanto por el gobierno como por instancias académicas y de investigación. El objetivo era claro, el ministerio mexicano deseaba contar con una metodología lo suficientemente debatida, y también aceptada, que permitiera mirar el problema de la pobreza a lo largo del tiempo, y por tanto hacer comparaciones confiables.
Los expertos mexicanos configuraron un método que coloca tres niveles para agrupar a la población pobre de su país. Tal categorización persigue ser una herramienta que usen los gobiernos para la posterior ejecución de políticas públicas, según las necesidades detectadas. El nivel más preocupante está en la pobreza alimentaria que comprende a los hogares que no tienen ni siquiera para alimentarse de forma mínimamente aceptable. Un peldaño más arriba está la Pobreza de capacidades, en la que se agrupan a aquella parte de la población que puede alimentarse, pero cuyos ingresos no le permiten invertir en educación y salud. Finalmente en la categoría Pobreza de patrimonio incluye a aquellos que pudiendo cubrir las necesidades de alimentación, educación y salud no tienen cómo hacerle frente a inversiones en materia de vivienda (y sus servicios), principalmente.
Chertorivski coloca en debate aspectos que tienen resonancia con nuestra realidad. Éste académico recuerda que efectivamente hubo una mejor distribución de los programas sociales en México a partir de la transición política que se iniciara con la llegada al poder de Vicente Fox en 2000. Pero tal mejoría, que se expresó en materia de ingreso y por tanto repercutió positivamente en la alimentación, no es necesariamente sinónimo de una derrota de la pobreza.
No compartimos la ceguera sociopolítica de aquellos que se niegan a ver el impacto positivo, que tuvieron los programas sociales del gobierno de Hugo Chávez, incluso aún cuando algunos de éstos entraran en el juego de la operación político-partidista. A fin de cuentas, las necesidades insatisfechas de las mayorías requerían de acciones urgentes y su sola puesta en práctica ha tenido tal vez menos impacto real (en el sentido de provocar mejoras sustantivas y consistentes a largo plazo), y más de corte simbólico. Es aún temprano, para asegurar que tales programas efectivamente han revertido la pobreza estructural que caracteriza a la sociedad venezolana. Pero más prematuro aún es determinar que se redujo la pobreza, en porcentajes tan importantes, y sin explicar con exactitud el origen de tal transformación socioeconómica. Pues, tal como recordara Federico Reyes Heroles, a propósito del caso mexicano, “tal ha sido el manoseo político de cifras y resultados que el ciudadano termina no sólo por dudar sino por descreer”.

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