En horas de la mañana de ayer, la familia de trabajadores del diario EL IMPULSO recibimos la nefasta noticia del fallecimiento del ingeniero Carlos Antonio Guillén, conocido con el apodo de “Toto”, Gerente de Operaciones; a consecuencia de un infarto al corazón, que en un abrir y cerrar de ojos, nos quitó a un gran compañero de trabajo, sin previo aviso, sin advertencia…
Guillén, no era aquel estereotipado Gerente de Operaciones, a quien sólo le interesaba el proceso de la edición de un periódico, o qué estaba sucediendo con la plataforma tecnológica, la cual conocía al revés y al derecho, y con un solo pestañear de ojos sabía cómo atacar el problema, cuando se presentaba.
Era el ingeniero “más humanista” que conocimos en esta casa editora. En los ratos de reflexión siempre le preguntaba: ¿“Toto”, por fin tú eres ingeniero o escritor?, confusión que se me presentaba cuando leía sus reportajes, que en los últimos años redactaba para las secciones especiales de EL IMPULSO.
Él se reía y decía que por el hecho de ser ingeniero no significaba que no tenía que leer o escribir. Un libro es como una computadora, explicaba, en la medida que lo vas leyendo lo vas entendiendo. La computadora, en la medida en que la vas manipulando, la vas entendiendo.
Toto, pero es que yo la manipulo y sigo sin entenderla, le comenté una tarde de café en EL IMPULSO, y él me respondió riéndose, como siempre lo conocí: tú naciste en el siglo equivocado, ja…ja…ja…
Su jovialidad siempre estuvo a toda prueba, nunca lo vi de mal humor, o dándole una respuesta inapropiada a algún compañero de labores de mayor o menor rango.
Siempre estaba en la disposición de ofrecer asesoría o conocimientos a quien lo solicitara. Era generoso con el saber, compartía su sabiduría, y nunca fue tentado por las mieles de la idolatría y mucho menos por la falsa realidad que genera el ego.
La búsqueda del conocimiento fue un objetivo constante en su corta pero productiva vida. Se graduó de ingeniero en Informática en la Universidad de Texas, y a pesar de tener ofertas de trabajo en Estados Unidos, regresó a Venezuela.
Posteriormente obtuvo la Licenciatura en Administración de Empresas en la Universidad Nacional Abierta (UNA) y finalmente, la Licenciatura en Comunicación Social, mención Cum Laude, en la Universidad Católica Cecilia Acosta, Unica. En la actualidad realizaba cursos de fotografía en la Escuela de Artes Plásticas Martín Tovar y Tovar. Por cierto en este arte, obtuvo varios premios con sus fotografías en el Salón Lara en Imágenes, organizado por Cortulara, Proinlara, la Fundación Fototeca de Barquisimeto y la Fundación Juan Carmona.
Ayer la familia de EL IMPULSO sufrió otra gran pérdida en este 2013. Enviamos a su viuda, Marinés, a sus hijos María Elisa, Carlos Daniel y Carlos Jesús, y a sus estimados progenitores, nuestras más sentidas palabras de condolencias.
“Toto” siempre estará entre nosotros, y su alegría y sonrisa permanecerá por siempre en la sede de este rotativo.
Adiós, mi querido “Toto”
Hace tiempo escuché decir a algún colega veterano que la redacción de un periódico era el lugar con mayor acumulación de neurosis por centímetro cuadrado.
Quizá exageraba. El voceador de esa conseja, lo más probable, pretendía insuflarle un toque de heroicidad a este oficio. Su oficio.
Pero mucho de excitación, y algo de caos, no dejan de acompañar a un taller de noticias, de sucesos que uno quisiera enmendar, cual orfebres, sobre todo en las tardes de fiebre.
Es cuando los reporteros depositan el sobresalto de cuanto han recabado a lo largo del día, en las cuartillas digitales en blanco de sus computadoras. Los fotógrafos cargan en el sistema el testimonio de sus imágenes. Los coordinadores afinan la disposición de las páginas, en un frenesí de tiempos agotados, de novedades que superan y se sobreponen a lo ya pautado. Órdenes y contraórdenes van y vienen. Con todos los sentidos aguzados, ante el pálpito de un país que cambia de fisonomía en cualquier instante, y la mirada alerta de un público cada vez más exigente, mejor informado.
Es cuando la redacción asume los ropajes de una torre de control. El vértigo de una emergencia de hospital. La noticia y sus códigos, los periodistas y sus humores. Una mezcla letal, sin duda.
Es, justo entonces, a eso de las 5:00 p.m., con la atmósfera cargada de nubarrones de noticias, blandas o crueles, glamorosas o aciagas -que de todo hay en la viña del Señor-, es, digo, justo a esa hora, sobre la cual ni siquiera solemos recibir visitas, cuando, todos los días, bajo dos pisos, hasta la planta baja del periódico, envuelto en pedestre solemnidad, a tomar café.
Cualquier cosa podía ocurrir, el mundo podría andar derecho o descalabrarse, pero lo infaltable es que al entrar al cafetín la primera silueta que allí destacaba, siempre, a las 5:00 (“¡Eran las cinco en todos los relojes!/ ¡Eran las cinco en sombra de la tarde!”, lamentaría Federico García Lorca la cogida y muerte de Ignacio Sánchez Mejías), era del grandulón sonriente, Carlos Guillén.
El cafetín era su santuario de alegría. Y lo compartíamos, unos instantes nomás, como escape del sulfuro de la redacción. Con la comandita de Gisela Schlaffer y Werner Hamm, cómplices fervientes de su afable sencillez, de sus sales de buena gente, de sus estallidos de muchacho inmenso, discreto y bullicioso a una misma y buena vez.
“¡Valiente!”, me decía, a pleno pulmón, cuando me veía acompañado de Violeta, suponiendo un acto heroico la dupla con la jefa de Información, célebre por la intensidad de su verbo inagotable. “¿Qué es para JAO la Franja de Gaza?”, exclamaría, mientras la señora Hilda celebraba la ceremoniosa ocurrencia. Y, en consecuencia, al verme sin Violeta, su grito se tornaba en un amable reproche: “¡Cobarde!”, me enrostraba.
La noticia de su muerte no pudo ser más demoledora, para todos, ayer, apenas comenzaba el día. Se paró su corazón, sobrecargado de bondad. Costará amoldarnos a su ausencia. Decir que fue un buen profesional sonará a cursi, y a cumplido. Pero según los entendidos era uno de los ingenieros en informática mejor labrados, y actualizados. Además era periodista, y sus reportajes y crónicas, aunque no tan abundosas como habrían agradecido los lectores, reflejaban un carácter reflexivo. Una hondura, al escribir, que bien le permitían sus explosiones de gracia en el cafetín, y por dondequiera fuese desplazando el altozano de su humanidad.
Era de esas personas que uno agradece y festeja haber conocido. Cada tarde, cuando sean las 5:00 en todos los relojes, lo lloraré.
JAO
Un gran amigo
Se nos fue Carlos Guillén. La familia del diario EL IMPULSO perdió a uno de los suyos pero, quienes lo apreciamos y valoramos más allá de la jornada laboral, sabemos que se fue un gran esposo, un gran padre, un gran hijo, un amigo fraterno y un ser humano excepcional, quien convirtió el buen humor en parte de su vida.
Su simpatía era proporcional a su altura y sus ganas de saber, medida imposible de cuantificar. Genio de los números y de la computación, su riesgo llegó más allá cuando decidió estudiar Comunicación Social.
Lo hizo con tanto empeño, que además de darse el gusto de sumar un nuevo título a su carrera profesional, ejercía el oficio de la palabra en los campos que más le apasionaban: el tecnológico y el científico.
Así, cuando la Redacción se lo pedía (o por propia inquietud personal), convertía los temas más complejos en discurso comprensible para las mayorías. También la fotografía fue una de sus pasiones.
Era un sabio sencillo. Nunca hizo alarde de su cultivado talento y cuando pudo, extendió su mano para convertir el conocimiento en servicio al otro. Era generoso. De una bondad poco común y amigo fraterno en cualquier circunstancia.
Por eso, cuando el lunes inició con la trágica noticia de su despedida, un silencio unánime recorrió esta casa tan suya. El dolor nos uniformó y sólo el recuerdo de su inquebrantable sonrisa, alivia esta tristeza que hoy nos recorre sin saber hasta cuándo permanecerá con nosotros.
Se nos fue Carlos Guillén. Se nos fue Toto. Ya no habrá tardes de chistes alrededor del infaltable café. Ya no estará en su oficina de siempre en el primer piso del diario EL IMPULSO y sus ocurrencias quedarán como parte del anecdotario infinito de esta casa que suma años como recuerdos.
Desde el espacio de estas líneas, nuestro más sentido pésame a sus familiares y amigos, con quienes nos estrechamos para llorarlo en silencio y pedirle al Todopoderoso que lo cuide mucho y nos ayude, con esa fuerza que sólo Él concede, a superar la tristeza amarga de su viaje sin retorno.
Violeta Villar Liste