Todas las encuestadoras anunciaban un triunfo de Nicolás Maduro. Sin embargo, sólo una de ellas previó un escenario tan cerrado como el que ha tenido lugar. Efectivamente, Datincorp, dirigida por Jesús Seguía, dio a conocer días antes de la votación los siguientes resultados de su trabajo de campo culminado el 7 de abril: “Nicolás Maduro ganaría las elecciones nacionales con el 50,8% de los votos mientras que Henrique Capriles obtendría el 49.1% (una diferencia de 1,7 puntos porcentuales, es decir, 250.000 votos aproximadamente entre ambos candidatos)”.
Nicolás Maduro ha preservado la presidencia para el chavismo (2012-2019), lo que no es poca cosa dada la ausencia de Chávez, pero el caudal electoral ha disminuido en una medida significativa, circunstancia a la que debe añadírsele un estado de opinión que pone en duda la veracidad de la diferencia que le da la victoria. Estos hechos afectan, indudablemente, y más allá del escenario electoral, la correlación de fuerzas del país. El equilibrio de poder entre los dos polos en pugna será más frágil que antes, lo que dará lugar a una mayor polarización y a recurrentes episodios de inestabilidad. Esta situación se articulará, en poco tiempo, con los problemas económicos y sociales.
Obviamente, el objetivo de las fuerzas sociales y políticas agrupadas en la oposición es alterar definitivamente a su favor la correlación de fuerza y hacerse con las palancas del Estado. El no reconocimiento de los resultados apunta en esa dirección, del mismo modo que la demanda del reconteo de los votos, no tanto porque pudiera resultar favorable a Capriles como por la erosión y los efectos de deslegitimación que causa. La estrategia es el debilitamiento del chavismo y los escenarios van desde los pautados por el cronograma electoral (elección de alcaldes, parlamentarias de 2015, referendo) hasta un posible intento de desalojo forzado de Maduro de la presidencia.
Por su parte, el objetivo del chavismo es contener su desgaste electoral y retomar la iniciativa. La tarea no es sencilla, porque la fisura con la clase media luce mineralizada y el malestar se ha extendido a otras capas. Se impone una apertura, la rectificación en la gestión y respuestas a la inseguridad y a los problemas de la economía. Pero además, se debe precisar en qué consistirá la revolución y definir cómo se comen las comunas. De no avanzar en esta dirección, el Psuv pudiera perder las parlamentarias de 2015 o el Gobierno ser sometido a una crisis impredecible. La política es como un palo encebado.
En lo que se refiere a la oposición, la auditoría puede o no ser aceptada. Es una decisión política que depende de hacia dónde se apunta. Si es hacia una ruptura o hacia una evolución progresiva. En el primer caso estaría planteada de inmediato, o a corto plazo, la salida forzada de Maduro, por medio de una suerte de “primavera árabe” o un nuevo 11 de abril. En el segundo, las decisiones se acoplarían al cronograma electoral, en la perspectiva de las parlamentarias de 2015, el revocatorio de 2016 y las presidenciales de 2019.Ya se verá qué deciden los que deciden.
Un palo encebado
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