Historia conocida

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Al despuntar los años 50’ del siglo pasado, cuando Barquisimeto se aprestaba a festejar cuatrocientos años de su fundación, vivíamos en esta ciudad un acontecer de quietud, propio de una pequeña comunidad urbana. Su población era de casi 100 mil personas, de todas las edades, acostumbrada a la austeridad y a los buenos hábitos de convivencia.
Su gente, con aplicada responsabilidad en el trabajo, disfrutaba de esa Barquisimeto pueblerina que tenía como principal diversión los cines, donde exhibían películas para todo gusto. También en estos cines presentaban exitosos artistas, siendo un suceso la presencia de Los Panchos, trío mexicano de acopladas voces y guitarras, formado por Chucho Navarro, Alfredo Gil y Hernando Avilés. Una multitud disfrutó su repertorio de románticos boleros.
El béisbol, con emotivos lances, era otra diversión preferida junto al ciclismo y boxeo. Y el ritmo musical de moda, escuchado a través de emisoras radiales y en ruidosos tocadiscos, era el mambo. Este baile fue creado por el cubano Dámaso Pérez Prado y las muchachas, echando a un lado el recato, se meneaban: ¡Mambo, qué rico mambo! ¡Mambo, qué rico es…!
Al margen de esta y otros pasatiempos, de pronto en la ciudad empezaron a correr rumores. Se decía que algunas personas habían visto una extraña nave redonda, con luces verdes, volando sobre Barquisimeto. Eso se extendió y cada quien agregaba algo, de acuerdo a su imaginación, y hasta la prensa publicaba notas diciendo que “esos objetos discoidales serían platillos voladores tripulados por seres extraterrestres”. Y esto hacía crecer la expectación.
Sin embargo, el asunto de mayor atención en aquella pequeña urbe fue un programa radial transmitido de lunes a viernes, a las seis de la tarde, por una emisora caraqueña. A esa hora en cada casa se reunía la familia alrededor del radio receptor para escuchar el desarrollo de una novela llamada El derecho de nacer, cuyo autor era el cubano Félix B. Cainet.
Era esa una interminable historia de amor y de dolor, siendo los principales personajes: Albertico Limonta, María Elena, Don Rafael, Mamá Dolores e Isabel Cristina. La audiencia era extraordinaria, incluso en los automóviles nadie se perdía el hilo de aquella radionovela, más cuando don Rafael quedó mudo como castigo a su cruel proceder ante la familia.
Frente a ese gran éxito radial, después en México se hizo una película en la cual protagonizaron los roles principales Jorge Mistral, Gloria Marín, José Baviera, Lupe Suárez y Marta Roth. Entonces los cines se llenaban en cada función y en todos sus espacios.
Pero por aquel tiempo Barquisimeto pasó de la ficción a la realidad: en 1952 el país se convirtió en escenario de campaña política. Dos partidos de oposición, Unión Republicana Democrática y Copei, más el gobiernista Frente Electoral Independiente, presentaron candidatos para elecciones de una Asamblea Nacional Constituyente. La lucha fue dura, con todas las ventajas para una Junta de Gobierno donde figuraba el coronel Marcos Pérez Jiménez, desde 1948 en el poder.
El día electoral los muchachos nos divertíamos recogiendo en las calles las desechadas tarjetas del gobierno, redonda con fondo en amarillo y azul, lo cual indicaba que poca gente había votado por esa opción. Al siguiente día personas adultas comentaban en voz baja, casi tragándose las palabras, que el resultado de las elecciones había sido modificado en oficinas del Palacio de Miraflores, que eso era un fraude, que el presidente del Consejo Supremo Electoral no aceptó ser cómplice y había renunciado y solicitado asilo en una embajada.
Aquellos hechos reales, sin guión novelesco, el 2 de diciembre de 1952 instalaron a Marcos Pérez Jiménez como Presidente de Venezuela de la mano de las Fuerzas Armadas, sobre oscura trocha al margen de la democracia, capítulo de historia conocida.

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