El dinero sí hace a la felicidad, tanto de los individuos como de los países, según un nuevo estudio que reabre el debate sobre los parámetros con los que se mide nuestro bienestar.
El informe de la Universidad de Michigan, publicado por la revista American Economic Review, concluye que más dinero conduce a mayor felicidad, en contradicción a otros estudios que afirmaban que no existe relación entre
ingresos económicos y dicha personal.
Desde una perspectiva, se trata de una obviedad. Una persona en el país más rico del mundo, Quatar, debe ser más feliz que otra de Somalia, donde la hambruna mató a 260 mil en 2011, la mitad menores de cinco años.
Pero las mediciones pueden ser engañosas, ya que el dinero también es fuente de corrupción y abusos. La encuesta mundial de Gallup, por ejemplo, detectó que Paraguay y Colombia son los países más felices en las Américas, con
índices superiores a Canadá y EE.UU. Estos resultados, basados en la apreciación de la propia gente, fueron bien obtenidos, pero son parciales.
Paraguay y Colombia tienen otros graves problemas que deberían influir en el ánimo de la gente. Paraguay no solo es uno de los países más pobres y con mayor desigualdad, sino que está en el puesto 150 de 176 en el índice de
percepción de la corrupción de Transparencia Internacional. Mientras que Colombia es el peor país americano en el Índice de Paz Global 2012, que se
establece sobre variables de violencia, criminalidad y gastos militares, ubicándose en el puesto 144 de 158 países.
A nivel de EEUU, Gallup hace una mejor encuesta para medir la felicidad en los estados. Cruzando datos sobre hábitos alimenticios, nivel de educación, apreciación y seguridad laboral, ejercicio físico, salud física y mental, y
expectativa de vida, entre otros, calificó a Hawái como el paraíso donde vivir.
Pero el problema del dinero no es tanto su cantidad, sino cómo se usa, si se ahorra, despilfarra o se pide prestado sin control, así sea en el caso de individuos o naciones. Poco o mucho, quienes mejor lo manejan tienen mejores
posibilidades de felicidad. No por nada los países escandinavos -con altos impuestos pero con políticas públicas de bienestar social con las que erradicaron la pobreza y la desigualdad- son los países que descuellan en
los índices de felicidad, honestidad y de fortaleza democrática.
En América Latina se pueden observar dos tipos principales de países que, aunque tienen la misma ideología de izquierda, optaron por caminos diferentes en busca de la felicidad. Gracias a los altos precios de las materias primas, todos han implementado políticas de bienestar social importantes para los pobres, incluyendo al sector informal de la economía, pero con resultados diferentes. Son, Brasil y Chile, por un lado; y Argentina y Venezuela, por el otro.
En Brasil y Chile los últimos gobiernos supieron ahorrar y no despilfarrar.
El fondo con las exportaciones de cobre creado por el ex presidente Ricardo Lagos, permitió la creación de sistemas de salud y previsión para los pobres, a través de los planes Chile Solidario y Plan Auge. En Brasil, el
programa Bolsa Familia iniciado por el ex presidente Lula permitió que 21 millones de personas se incorporaran a la clase media.
Venezuela y Argentina con ingresos similares por petróleo y soja, malgastaron posibilidades y no tomaron previsiones a futuro. Si bien se hicieron planes sociales importantes, mucho dinero se malgastó en clientelismo, propaganda y política, no se ahorró ni se invirtió en infraestructura e industrialización, como si el precio del crudo y las
buenas cosechas persistirán o China seguirá comprando.
En estos dos países, la caja grande, también ha influido para que los gobiernos se sientan más invencibles y arrogantes, habiendo trepado malamente en índices sobre corrupción, estándares democráticos y libertad de prensa, como señala el informe de Freedom House del 1 de mayo.
Los datos del informe son relevantes, si se considera que otro estudio comparativo de la Universidad de Missouri, estableció una correlación directa entre felicidad y libertad de prensa. Detectó que la libertad de
expresión ayuda a las personas a mejorar su calidad de vida, a vivir más comprometidas con sus comunidades y a bregar por soluciones y más beneficios económicos y sociales.
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