Alirio Bracamonte
Esteban Castillo V.
Cuando vivía en París y venía una que otra vez a exponer y a reencontrarme con mi país y costumbres, entre mis paseos, estaba de visitar mis amigos y, entre ellos, a Violeta y Joseito Furiati. Tenían en sus paredes cuadros de artistas conocidos; otros, menos conocidos. Entre esas telas llenas de colores me llamó la atención un cuadro tratado de una manera muy personal, era del pintor Alirio Bracamonte, de Humocaro Alto. Los años han pasado, ahora de vez en cuando lo encuentro por las calles de Barquisimeto, al amigo Alirio Bracamonte.
No pretendo hacer un comentario de su arte ni siquiera un esbozo de lo que es la crítica; simplemente, hablar algo de este pintor. En días pasados y en fechas anteriores, había compartido con él amenas conversaciones. Sus planes de exponer sus obras se han convertido en un sueño. Hace meses fui a visitarle a su taller. Me mostró sus pinturas. Quedé sorprendido por las creaciones de sus obras. Él, calladamente, ha venido llenando esos espacios en blancos o grises con una gran gamas de colores. Obras de gran poesía, donde la perspectiva no es la tradicional; árboles, cerros, casas, iglesias y calles, puntos y líneas, manchas de colores; puntos y rayas llenan esas superficies, con un trazado muy particular. Construyendo, de ésta manera, una obra plena de árboles, caminos, ríos y todo un arsenal de motivos que nos recuerdan paisajes vividos o soñados. Así, es su obra, donde el tema nos invita a entrar en el recuerdo, en esas imágenes de su infancia.
Cuando habla nos explica que él pinta los recuerdos de su niñez, sus calles, las plantas, las flores,árboles y sus caminos están creados con una gran pureza. Es el color en su integridad y las masas de armonías llenan espacio que en la mente de Alirio recuerdan rincones de su infancia, conjuntos de colores que puestos uno al lado de otro producen una gran luminosidad en sus pinturas. Tiene muchas obras, unas trabajadas con óleo, otras con tinta china, acuarelas, guaches y con temas de diferentes motivos, matices puestos ahí, sin preguntarse si van a armonizar, pero que forman todos juntos atmósferas de una gran riqueza plástica; bosques de lindos y variados colores, retratos, callejuelas de terrenos inclinados; mujeres en reposos o sentadas, al lado una bandolina que ocupan un espacio que es grande como una montaña, dentro del diseño del cuadro; formas abstractas y al mismo tiempo reales, trazado de lápiz de color que como un filigrana llenan espacio de sus obras; mundo geométrico, de una geometría que ocupa un lugar en el paisaje.Total, obras donde el motivo es un pretexto para llenar esa superficie blanca.
Su obra tiene la inocencia del verdadero creador, manera “inocente”, en el buen sentido y amplio de la palabra, y, que el pintor recorre el espacio con los lápices de colores que van dejando sobre la superficie trazados de formas y líneas de variadas tonalidades, obra de una atmósfera casi infantil, y muy válida cuando al arte se refiere, es una obra de una gran libertad. Retratos de personajes, con cabellos y bigotes verdes que están allí como guardianes, celosos de cuidar esos bodegones, de esas bandolinas silenciosas pero que dan todas las notas del pentagrama;tonos y formas que se mezclan con girasoles o flores que en medio de armonías nos conducen a un mundo onírico, a un mundo donde soñamos; calles donde la perspectiva renacentista ésta modificada, casas que su arquitectura ha sido alterada.Colores, sueños y trazados que como huellas nos conducen a un lugar de ensueños.
Él pinta los recuerdos de mañanas frías o de atardeceres de mucho calor. Él es agricultor, y comparte sus ratos libres con la imaginación de un creador que busca construir su mundo a partir de un simple pretexto y, en esos momentos, se ha dedicado a dejar en la superficie del cartón todos esos verdes, rojos, azules, ocres y violetas que forman toda esa gama de matices, de todas esas montañas, de todos esos testimonios visuales de lo visto hace años y que forman parte de su ambiente de cuando era un niño, los cuales, tiene guardado desde muy temprana edad en su memoria visual. Particularmente, siento una gran simpatía por la obra de Alirio Bracamonte.
Actualmente vive en Barquisimeto, y continúa trabajando esos bodegones, figuras y paisajes de sueños y de ensueños de una gran frescura. En los últimos años ha expuesto en varias galerías, entre ellas, en la Cantv, de Barquisimeto; y en el Ateneo de Cabudare… ha expuesto, sus últimas obras en la Sala Fundación Juan Carmona de El Impulso, con el título “El color de la alegría”. Obras trabajadas con lápices de colores.
Y ese día, que fui a su casa, me hizo sentir el paisaje de Humocaro Alto, con sus calles, sus iglesias y en verdad, había encontrado en él, un pintor que expresa no lo que está presente, sino las bellas evocaciones de su infancia y que “arrastra” a la actualidad, para ponerlo delante de nosotros, es decir en el presente… para hacernos recordar que una vez fuimos niños… y que siga así, en ese mundo de lo imaginario, de las ilusiones, de quimeras y de fantasía, al final me dijo: “Yo no he estudiado arte” y lo felicité, y pienso y creo, que ha sido lo mejor… y salí de su taller con unagran alegría de haber soñado, en la calle el ruido de los carros me despertó, caminé un rato, un bello crepúsculo de bellas armonías adornaba la ciudad… sé, y, estoy seguro, que Alirio había colocado algunos colores en ese bello crepúsculo barquisimetano.
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