Con el permiso de ustedes
El Libertador Simón Bolívar estableció como una de las causas de la caída de la Primera República “la disipación de las rentas públicas en objetos frívolos y perjudiciales, y particularmente en sueldos de infinidad de oficinistas, secretarios, jueces, magistrados y legisladores”. Y señaló, además, que “el estado de nuestras rentas no alcanza a llenar el numerario que se necesita para pagar la inmensidad de nuestros empleados: no hay pueblo por pequeño que sea que no tenga un juez de derecho y otros empleados absolutamente inútiles”.
Asimismo, en una ocasión recomendaba al general José Antonio Páez, refiriéndose al ejército, que fuera estricto en la relación y revisión de los ingresos y egresos e incluso le proponía que reformara con urgencia algunas cosas que no marchaban bien.
De allí que toda esa herencia del hijo predilecto de Caracas en materia de burocracia, economía y eficiencia del Estado, deba servir como referencia en estos tiempos de crisis, claro está que guardando distancias, contexto, coyuntura, y por supuesto, la grandeza de aquel hombre que sólo vivió para ser útil, como bien quedó demostrado. Pero hay más en esa misma materia de la administración pública, de acuerdo con la óptica del ilustre caraqueño. Y es que ese tema de las instituciones que debían estar, francamente, al servicio irrestricto del pueblo, nunca le fue ajeno a Bolívar, y muy por el contrario, al mismo tiempo que iba librando la batalla por la independencia de la patria no dejaba de pensar lo que seria después la republica liberada, y es por eso que la administración de los recursos del pueblo fuera una de sus grandes preocupaciones, al extremo de librar “otra batalla” por su vinculación muy estrecha con la burocracia y el despilfarro, y claro está que también se refirió a la incompetencia general y la apatía hacia las cuestiones importantes. El “papeleo” incesante y desilusionador, las tramitaciones tediosas e interminables fue parte de sus temores y estaba consciente que para lograr una administración ágil y eficiente era necesario podar las ramas del frondoso árbol de la burocracia.
Pero, ¿esa prédica y esos postulados del ejemplar hombre que fue el hijo predilecto de Caracas pueden servirnos para conjurar las crisis de hoy? Obviamente que si, aunque la interrogante pueda parecer una perogrullada. Ahora, fijémonos bien. Aunque parezca, no se está diciendo que deba echarse a la calle a los trabajadores y empleados públicos, y se trata, más bien, de la eficiencia ¿o deficiencia? y del costo que implica mantener esa enorme masa de ¿trabajadores? que componen esa frondosa burocracia. Entonces nos preguntamos, ¿la respuesta es crear ¿otro ministerio?, tal como ha sido propuesto en las altas esferas del gobiernohace unas semanas? Se dijo que esa nueva institución tendría como norte revisar si se era eficiente o no. ¿Revisión se dijo? El mismo Chávez lo propuso hace unos cinco años con la vehemencia que le caracterizó y la acompañó de rectificación y reimpulso. ¿Se hizo algo al respecto? Todo indica que no, porque en los últimos años se suceden, en cada uno de ellos, dos, tres y hasta cuatro mil protestas populares pidiendo, precisamente, las tres erres esas que hemos referido. Y en muchos casos fueron tildadas de “guarimbas” y los que participaban en ellas de apátridas o saboteadores, en una nefasta actitud de displicencia.
¿Fue desestimada la receta bolivariana que referimos en el título de esta nota respecto del tema básico que es la administración pública? Cada quien que se dé su respuesta, lo que si no debe hacerse es como hizo el tipo del cuento aquel, que para evitar que su mujer le fuera infiel optó por vender el diván. Ni tampoco hacer como el avestruz, que según dicen que cuando presiente el peligro solo se limita a enterrar su cabeza, ¿para no ver lo que sucede a su alrededor? Y finalmente, siempre habrá tiempo para cambiar, si es que ahora, más que nunca, existiese una voluntad férrea.