Cuan triste y doloroso es apreciar las condiciones en que ha quedado el río Turbio bordeante de nuestra querida y populosa ciudad.
Hace tiempo que los peces y toda clase de vida del río dejaron de existir, todo está muerto, todo está seco, sólo queda un sendero de cantos rodados y guijarros que ya no rodarán más porque las aguas ya no fluyen, han muerto. El otrora considerable caudal eterno del río ya no volverá jamás, a no ser en época de lluvia cuando el agua mojará la arena para presentar una breve imaginación de aquello que un día era lugar de atracción, de relax y esparcimiento. Todo lo que hoy hay en el cauce ha quedado para atiborrar los camiones que comerciarán el producto seco del suelo que tendrá como destino la construcción de viviendas.
Hemos acabado con el origen y principio del nacimiento del río, sus manantiales, sus vertientes, hemos talado, arado y quemado toda vegetación posible en las alturas de los bosques de donde brotaba el cristalino líquido de la vida. La falta de cobertuta vegetal aunado a la erosión consecuente, ha dado como resultado la disminución o escasez del líquido que nace del subsuelo.
El cauce del río se ha convertido en un amplio depósito de excrementos, escombros, basura, animales muertos y toda clase de porquerías. Dista mucho de ser lo que en su canción Macuto plasmó hace unas cuantas décadas el músico larense Rafael Miguel López y que el trío tatuaje cantó magistralmente:
“Junto a la playa que el río Turbio baña
entre árboles y palmas está
el bosque de Macuto color caña
nido de amor, ensueños y amistad
junto al rumor eterno del río
contemplando del cielo su arrebol
aguas que llevan los recuerdos míos
que mi alma sufre sólo por tu amor
quiero Macuto cantar
las límpidas bellezas que hay en ti
tu bosque de caña y palmar
cerca de ti es vivir
bajo tu cielo feliz
tu claro y limpio arrullo yo miré
la imagen divina yo vi
de la mujer que amé”.