Andrés Eloy Blanco vivió para escribirle a su pueblo palabras sencillas, frases ingeniosas, poesía de luz en los caminos de tierra venezolana. Pocos son quienes en este país no recuerden algunos de sus poemas de fresca rima popular: Canto a los hijos en marcha, Coloquio bajo la palma, Las uvas del tiempo, La loca Luz Caraballo, Píntame angelitos negros y otros de letra fácil en libros de acogedora lectura.
Más allá de su tierra, el año 1923, Andrés Eloy participó en un torneo literario llamado Juegos Florales de Santander, patrocinado por la Real Academia de la Lengua Española. En aquel escenario ibérico ganó el primer premio con el poema titulado Canto a España, palma de gloria para nuestra Venezuela, por esa época bajo una cruel dictadura.
Además de poesía, el laureado bardo venezolano, nativo de Cumaná, estado Sucre, dedicó tiempo a escribir en prosa. Y en cierta ocasión produjo un cuento que tituló La Gloria de Mamporal, ubicado en espacios de territorio llanero. Allí cuenta episodios de dos pueblos vecinos divididos por una ciega rivalidad, por una sostenida obsesión de no aceptar que uno fuera mejor que el otro, intolerancia que los llevó al terreno irreflexivo del odio.
Entonces Mamporal y Manatí, que así se llamaban los dos pueblos siempre en disputa, vivían cargados de maniobras, de constantes descalificaciones, y así surgían duelos en que se enfrentaban con todos los hierros y todas las mañas.
Cierto día cayó como bomba una noticia en Mamporal: se había anunciado que en la principal plaza pública de Manatí, con bombos y platillos, sería develado el busto de un héroe nacional, Julio Rondón, nacido en suelo manatiense. Este hecho causó desconcierto en los habitantes de Mamporal, casi perdidos ante la iniciativa del pretencioso adversario.
Sin embargo, un empedernido defensor mamporalense, el partero del pueblo, parió una idea: dijo que en un rincón de su casa existía desde años un busto de bronce, sin parecido a ningún personaje histórico. Y eso fue la solución para igualar al enemigo, pues así Mamporal también inauguró un espacio para “su héroe”, colocado en la antigua plaza entre aplausos y cohetes con una inscripción en relieve: “Mamporal agradecido a su benefactor”.
Luego el eterno antagonismo de estas comunidades, aldeas en función de estéril rivalidad, incluyó en sus disputas un match de béisbol entre Mamporal Athletic Club y Nueve Estrellas de Manatí. En ese evento el Jefe Civil del pueblo anfitrión, donde siempre mandaban rancios militares de montoneras, sería el encargado de nombrar los árbitros del juego.
Los primeros partidos, alternándose la sede cada pueblo, tuvieron resultados favorables con abultado score para el equipo dueño de casa. Los árbitros cumplieron el rol encomendado sentenciando a favor del club local, y con esa acción parcializada cada triunfo era una fiesta.
El tercer encuentro, que debió ser decisivo para honra de los contendientes, terminó sin haber concluido. Resulta que la descarada parcialidad de los árbitros para favorecer a la novena anfitriona, que mediante amañado sorteo logró ser sede de tan importante final, los jugadores visitantes en desventaja protestaban las decisiones en su contra, hasta llegar a no acatarlas. Y a fuerza de empujones y zancadillas, el campo de juego se convirtió en trifulca.
En pleno zafarrancho intervino el Jefe Civil, a su manera, y sin ningún conocimiento acerca de las reglas del béisbol, dijo: “El hombre de segunda base no es ao, porque el otro se le atravesó; pero va para la policía. El que dio el batazo al juez (árbitro) es ao y se va también a la policía. Y el juego se suspende por lluvia”.