Cuando asumimos una postura en cualesquiera de las áreas en las que nos desenvolvemos, sea en el ámbito familiar, en el trabajo o en nuestra vida diaria de relación con el común de la gente, en fin en nuestro mundo; aquel que está marcado con nuestra esfera de influencia o en el cual podemos dejar una huella, es prudente examinarnos, autoevaluarnos y preguntarnos si esta o aquella “nuestra opinión” o aquella o esta forma de plantear los sucesos, o la manera como nos hacemos sentir, es o no honesta.
Acaso nuestra forma de proceder es consecuente éticamente con unas intenciones pura y limpias, producto de una volición sana, llena de diafanidad; ¿o acaso nuestro proceder está lleno de inquina, o está siendo dirigido por otra conciencia?
¿Cual sería esa otra conciencia? Pues bien, podría tratarse de que nuestros actos no obedezcan a la propia voluntad sino a la voluntad de otro u otra, caso en el cual estamos siendo usados y utilizados como títeres por la subjetividad de quienes agazapados o agazapadas tiran la piedra y esconden la mano.
¿Son honestas nuestras observaciones porque ellas son el resultado de un apego al deber ser? ¿O acaso nos dejamos llevar por el pensamiento más procaz de otro u otra que interviene subrepticiamente?
Ponga a rodar su imaginación y solo por un momento plantéese un hipotético caso de dos amiguitas que quieren escarmentar a alguien porque se piensan justificadas en sus fantasías juveniles de creerse merecedoras de que todo el mundo tiene que avenirse a sus caprichos y una sirve de verdugo escondido y otra de brazo ejecutor. Que en el caso de ser ellas adolescentes se pondría entender el grado de inmadurez y requerirían del consejo de gente adulta más ganadas para el crecimiento personal y la evolución espiritual.
Pues bien, a diario encontramos en gente adulta y profesional incluso, conductas llenas de crueldad, de venganza sin motivo, que plantean pareceres que le son ajenos porque realmente sus corazones son de buena fibra de herencia amorosa pero que se dejan influenciar por amiguismos y no atisban que lo que hacen no es correcto, no es justo y no obedece a lo que Nuestro Señor Jesucristo quiere de nosotros como hijos de Dios.