Si la vejez fuese un automóvil a la carrera, su pedal de freno sería la SIRT1, una enzima de la familia de las sirtuinas que afecta al funcionamiento de las mitocondrias, algo así como las centrales energéticas de las células. Numerosos estudios han demostrado que, además de prolongar la vida, es capaz de mantener a raya el colesterol, prevenir la diabetes y fomentar el uso de las grasas almacenadas en nuestros michelines para producir energía, lo que evita la obesidad.
Las propiedades benéficas de la SIRT1 no acaban ahí: también impide la aparición de varios tipos de cáncer, como los de mama, colon e hígado; aumenta la plasticidad de las neuronas; mejora la memoria; e incrementa la capacidad de aprendizaje, según una investigación del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) que publicaba hace poco la revista Nature. Y por si fuera poco, cuando esta proteína interviene, nos conservamos ágiles, mañosos y con suficiente fuerza muscular, incluso a edades bastante avanzadas.
La pregunta surge inmediatamente: ¿podemos activar la SIRT1 a nuestro antojo? David Sinclair, genetista de la Harvard Medical School, en Boston, ha llegado a la conclusión de que es posible con la ayuda del ya famoso resveratrol, un polifenol presente en el vino tinto. Eso sí, hay que tener en cuenta que para obtener beneficios visibles sobre la longevidad no bastaría con beber una copita, sino ingerir a diario nada menos que cien vasos de esta bebida alcohólica. Aunque ya se comercializan algunas pastillas que contienen resveratrol natural concentrado, varios laboratorios de todo el mundo están desarrollando compuestos sintéticos basados en esta molécula que podrían llegar a nuestros botiquines en unos años como píldoras antiedad.