El domingo 14 de abril el estatismo exagerado que desangra la patria cobró vida con un resultado pírrico de apenas 234.935 votos de ventaja.
Entendimos y supimos que el régimen de facto controlaba todos los poderes del Estado. Público y notorio que el Consejo Nacional Electoral se encontraba abiertamente politizado a favor del señorío. Su rectora Tibisay Lucena llegó al extremo de amenazar a los demócratas del país utilizando en sus hombros el distintivo golpista del 4 de febrero.
Entendimos por qué Nicolás Maduro y su equipo de campaña aseguraban que si el contrincante ganaba por un voto, respetarían la decisión, pero que igual lo hiciera el opositor. ¿Acaso habían leído en una bola de cristal que el resultado iba a ser diminuto?
Rechazamos un proceso electoral viciado sin promover la resignación o la abstención inactiva con coraje y decisión. Nos movilizamos, votamos en masa, pero tampoco pudimos porque al parecer, hasta los muertos votaron por ellos.
Por eso, el candidato Henrique Capriles Radonki se dirigió al país para anunciar que no reconocerá el resultado hasta tanto se cuenten todos los votos de los venezolanos, porque tiene una lista con cerca de 3.200 incidencias, y que ese registro no refleja la realidad del país. Se ha perdido otra batalla, pero no la guerra, lucha heroica que levantó al pueblo contra el Estado.
A pocas horas de las elecciones, los oficialistas parecían cucarachas con plagatox, usando las últimas artimañas para mantenerse en el poder. De la escuela de Fidel Castro, al igual que Chávez, Maduro inventó un cursi atentado, ridículo artificio que ni a plomo entra en el cerebro de los venezolanos. Se hicieron rodear de niños y ancianos, cosa que en política ya no conmueve, y utilizaron los recursos del Estado para su campaña electoral.
Quisieron, desde la cueva de Alí Babá hacerle sombra a las opacas, ridículas e ingrávidas intervenciones del hombre del pajarito, recordando viejos trucos bajo la creencia de que Hugo Chávez resucitaría al tercer día de entre los muertos.
El pueblo ha vencido con votos y en la calle regímenes que han pretendido someternos vulgarmente. Ahora tampoco permitiremos que se ultraje el arrojo multitudinario.
En este país los únicos seguros son los ladrones con espalderos y homenajeados en Miraflores, en el Congreso y en la Corte, las tres divinas instituciones de este charco venezolano que llaman democracia representativa.
Que todas las manchas de sangre derramadas por los venezolanos con la delincuencia desbordada de una revolución bonita, sirva de abono para que germine un mundo más justo donde los niños, incluyendo, por supuesto a los hijos de quienes apretaron el gatillo criminal, disfruten de salud, educación, trabajo y recreación.
Debemos aplicar medidas correctoras de la “vulnerabilidad moral” de nuestros tiempos. Situarnos del lado de la vida y prevenir con los medios a nuestro alcance, acontecimientos como los que han quedado imborrables en nuestros ojos y aquellos que, menos aparentes, constituyen la realidad cotidiana de tantos y tantos seres humanos.
Los resultados del domingo 14 de abril nos ayudarán a sobrellevar con más sabiduría la razón de la existencia, cuando seguimos en peligro de convertirnos en refugiados, dejándolo todo atrás, desde familiares, hasta el común sentido de pertenencia que se nos ha inculcado como parte de una personalidad, pero con una condición humana apropiada para dedicarnos a buscar la felicidad.
Con la protesta de Capriles se abre el camino, la peregrinación sobre esta patria noble cuya libertad empezará a emanarse nuevamente como luz o miel por diferentes rincones para refrescarnos.
Venezuela emprende nuevamente el viaje a la esperanza, democracia y libertad que llevamos hasta en los huesos y que a toda la humanidad conmueve.
Nuestro norte es la liberación de la República. Dios bendice a Venezuela.
¡Amén!
