Cuando el Papa Benedicto XVI estuvo en Inglaterra les pidió a los jóvenes no ser personajes de segunda categoría, cristianos mediocres, conformistas, y que, entre ellos deberían estar los santos del siglo XXI:
“Cuando os invito a ser santos, os pido que no os conforméis con ser de segunda fila. Os pido que no persigáis una meta limitada y que ignoréis las demás. Tener dinero posibilita ser generoso y hacer el bien en el mundo, pero, por sí mismo, no es suficiente para haceros felices”.
En estos días, el nuevo Papa Francisco nos invitaba a ser piedras vivas que construyan la Iglesia. Que la levanten cada uno en su sitio. Ponía el ejemplo del castillo de arena fabricado a orillas del mar. Cuando viene la corriente se lo lleva, porque no tiene consistencia.
Y esa es una tarea que nos corresponde específicamente a los laicos: santificar el mundo con nuestra vida de fe. No podemos pensar que esa tarea le toca a la Iglesia oficial, a los curas. El Papa Francisco que se caracteriza por hablar muy claro decía:
“Los curas tendemos a clericalizar a los laicos. Y los laicos, -no todos, pero muchos- nos piden de rodillas que los clericalicemos porque es más cómodo ser monaguillo que protagonista de un camino laical. El laico es laico y tiene que vivir como laico, con la fuerza del bautismo (…) llevando su cruz cotidiana como la llevamos todos. Y la cruz del laico, no la del cura. La del cura que la lleve el cura, que bastante hombro le dio Dios para eso”.
En un documento de Juan Pablo II “Los fieles laicos” recordaba esta idea: “Los laicos están particularmente llamados a hacer presente y operante la Iglesia en los lugares y condiciones donde no puede ser sal de la tierra si no es a través de ellos”.
San Josémaría Escrivá lo explicaba así: “Hijos míos, allí donde están vuestros hermanos los hombres, allí donde están vuestras aspiraciones, vuestro trabajo, vuestros amores, allí está el sitio de vuestro encuentro cotidiano con Cristo. Es, en medio de las cosas más materiales de la tierra, donde debemos santificarnos, sirviendo a Dios y a todos los hombres. (…) Dios os llama a servirle en y desde las tareas civiles, materiales seculares de la vida humana: en un laboratorio, en el quirófano de un hospital, en el cuartel, en la cátedra universitaria, en la fábrica, en el taller, en el campo, en el hogar de familia y en todo el inmenso panorama del trabajo, Dios nos espera cada día”.
Qué parecidas estas palabras a las de Tertuliano, en los primeros siglos del cristianismo: “Vivimos como los demás hombres; no nos pasamos sin la plaza, la carnicería, los baños, las tabernas, los talleres, los mesones, las ferias y los demás comercios. Con vosotros también navegamos con vosotros somos soldados, labramos el campo, comerciamos, entendemos de oficios y exponemos nuestras obras para vuestro uso”.
Me parece que el planteamiento que nos hace este Papa y que nos han hecho todos es que, como cristianos no podemos sacar el hombro. Hay que ser responsables de que la Iglesia camine. No podemos descargar esa tarea en los obispos o los curas o los papas, que ellos tienen la suya. Nosotros a la nuestra, y en primero fila.