#Opinión: La ciudad como tema – La arquitectura como espacio poético Autor: Claudio Beuvrin

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Los objetos que conforman nuestro entorno son polisémicos, vale decir, tienen múltiples significados y pueden interpretarse de varias maneras. Así ocurre con la arquitectura: ella puede ser analizada como un simple objeto utilitario; como una obra de ingeniería; como una obra de arte y como un hecho social donde, entre otras cosas, se expresan las luchas y diferencias de clases y la acumulación de plusvalía. Todos esos significados concurren al mismo tiempo en la obra y ella no puede entenderse de manera integral si no se consideran todos sus significados.
A esas interpretaciones hay que agregarles la dimensión temporal en el sentido de que el tiempo cambia la obra misma y las lecturas que otras generaciones le van dando. Hoy el Coliseo romano que tanto admiran los turistas no tiene el mismo significado que tenía para los romanos de la época de máximo esplendor cuando era el Anfiteatro Flavio, con un aforo de 50.000 personas, más que nuestro Estadio Metropolitano. Tampoco significaba lo mismo para los pocos y empobrecidos romanos que en el siglo 5 desmontaban sus piedras para poder construir sus propias casas.
Hay otras maneras de analizar la arquitectura, una de ellas es la aproximación poética, que no es metódica ni sistemática, pero no por ello necesariamente falsa. Uno de los ejemplos de esta manera de aproximarnos a la arquitectura lo tenemos en Gastón Bachelard (Francia, 1884-1962), un personaje en el que se mesclaron el filósofo, el físico y el poeta.
Cuando Bachelard habla de la casa, en La Poética del Espacio (1957), la señala como un microcosmos que los otros comparten con mi yo mas intimo. La casa es el primer territorio exterior que poseemos y el más intensamente compartido y una vez que dejamos de vivir en ella para irnos a otros espacios (la ciudad, el mundo) pasa a vivir intensamente en nosotros, en nuestra memoria. Y si, como ocurre a veces, regresamos a ella cuando ya no es nuestra, sentimos que la casa está vacía, pero vacía de todo lo que aun sigue en nuestro interior, nos sentimos extraños a ella, que ya no es nuestra casa y sus espacios se nos han vuelto ajenos. No se trata solo de los cambios físicos, se trata sobre todo que la encontramos vacía de nuestra gente y sentimos que ya no tiene el peso emocional con que la asociábamos a nosotros, donde nos refugiarnos como lo hacíamos antes. Nos liberamos de la casa para estar en el mundo, pero a costa de perder una parte de nosotros mismos. Ya no podemos volver a nuestra antigua casa de la infancia como no pudimos volver el día que abandonamos el seno materno, solo que entonces no teníamos conciencia de ello.
La casa es el territorio personal. Algunas enfermedades psicológicas se caracterizan porque quienes las sufren sienten que no tienen un espacio donde reconocerse, sentirse protegidos, refugiarse y ser reconocidos ni siquiera en el interior de la memoria de la casa donde una vez vivieron, como le ocurrió a Charles Foster Kane, el personaje representado por Orson Welles, en la película El Ciudadano Kane, quien, aunque inmensamente rico y poderoso, murió añorando un juguete que tenía en la casa donde una vez había sido feliz.
Como es obvio, pero siempre lo olvidamos, cada uno de nosotros tuvo en la casa de la infancia un espacio secreto donde aprendimos a clasificar y esconder nuestras pequeñas cosas. Así aprendimos a clasificar el territorio domestico, desde el mío mas secreto al colectivo de la familia. Esto nos ayudó a aprender a hacer esas operaciones mentales que luego repetiremos toda la vida, la de guardar las cosas en cajones, cofres, y armarios. En esos escondites mentales colocamos lo insondable y el ensueño de la intimidad. Abrir esos cajones es mostrarnos como somos y eso, como la casa, solo los abrimos a los más íntimos, a los que sabemos que no nos harán daño.
Por supuesto, la visión de Bachelard es solo una entre otras tantas que se apoyan en la poesía para reconocer una arquitectura. Ahora mismo, entre nosotros, acaba de publicarse una compilación, realizada por Milagros Socorro, de los mejores artículos de la Revista Bigott donde se le da una ojeada a la arquitectura popular y tradicional de nuestro país. No todos los autores de esos artículos intentaron hacer poesía, pero el libro como un todo lo es. Y, si me lo preguntan, entre los más poéticos están el de Roberto Briceño Leon y el de Cesar Seco, el poeta falconiano que habla de las casas de Coro, la ciudad donde yo viví mi primera casa y guardo en ella todos los recuerdos de lo que ya no tengo ni existe pero que aun así los tengo y siguen existiendo.

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