Debo confesar que no soy de Barquisimeto. Ni siquiera del estado Lara. Soy un vulgar, y en eso me contraigo a su acepción literal, barquisimetido. Tengo una vieja relación con esa ciudad. Comenzó cuando la reconstrucción del MIR, allá en la lejanía de mis años mozos. Cuando el catire Agüero. Trabajé unos meses con el alcalde Macario González hasta una ruptura, digamos que, pese a su opinión en contario, yo la atribuyo a sus errores de principiante en sus funciones administrativas.
Mis padres vivieron allí durante un bojote de años. Ambos fallecieron y hoy están sembrados en tierra larense. Dos de mis sobrinas se graduaron en la UCLA. Por último, trabajo en el área política con el actual gobernador, con quien he establecido una relación amistosa. Me parece un gran dirigente. Con madera de estadista y suficiente joven como para pensar en “algo” importante después que Capriles termine su pasantía como presidente. Así que me declaro públicamente y sin desparpajo, un barquisimetido con derechos. Ahora me mudo al asunto que me ocupa. El resultado electoral. Maduro salió trasquilado. Es el gran derrotado en la contienda. Me provoca cantarle aquella canción de Luís Aguilé, que una vez se la versionaron a Copei: “Hasta el viejo hospital de los muñecos, llegó el pobre Maduro hecho pedazos, el viejo espantapájaros Diosdado, lo sorprendió votando y lo atacó, llegó con el bigote hecho pedazos, unos votos en tres partes astillados, moretones internos delicados, que Capriles con sus ojos advirtió” (para los menores de 90 años, esta canción la pueden buscar en Youtube y verán que es de lo más pegajosa).
Peor no pudo haber salido. Ya lo habíamos advertido muchos de los analistas políticos. La campaña estaba fundamentada en que Capriles conservara su votación. Unos 6.7 millones de votos. Yo me atreví a estimar, en un programa con Leopoldo Castillo que esa candidatura podría crecer hasta en un 3%, lo que arrojaba una cifra de 7.24 millones de sufragios. En realidad alcanzamos, según nuestros estimados, un poco más, que seguramente ha sido mermado por obra y gracia del espíritu del mal y del uso ilegal, ilegítimo y delincuencial de los códigos de acceso a las máquinas electorales que oportunamente denunciara la oposición, y que siendo catalogadas, en forma privada, por la presidenta del CNE, madame Tibisay como grave y antijurídica, más tarde aparecióse en TV diciendo que eso no era nada, que eran simples aspectos de la fantasía que a veces dan a la realidad cierta proximidad de lejanía. Qué bochorno. La segunda parte de la estrategia era demostrar lo precario, léase chimbo, de Maduro como presidente.
En 100 días cometió toda clase de disparates. Devaluó. Aprobó una segunda devaluación y le dio pena decir de cuánto fue. Su actuación como candidato era ridiculona. La historia de los pajaritos, una influencia malinterpretada de Sathya Narayana Raju Ratnakara, conocido en los barrios de Puttaparthi como Sai Baba, quien se decía ser una reencarnación del Dios Shivà. De allí que Maduro hablara de la resurrección de Chàvez en un pajarito. En materia de electricidad, una crisis terrible de apagones, o de “alumbrones” como dicen en Barinas en virtud que lo normal es la interrupción del servicio y lo extraordinario su funcionamiento, dijo que enviaría, como en efecto lo hizo, bojotes de policías y militares para combatir el “saboteo”.
En materia de seguridad no tiene pero ni idea. En cuanto al petróleo, cuando le dijeron que la producción había bajado en unos 50.000 barriles diarios ordenó el reforzamiento de las fronteras con el Sebin y la DIM para evitar la “fuga” de combustible. Para paliar el desastre de Cadivi, que tiene paralizado el país, destituyó al primo de Diosdado Cabello y puso en su lugar a un compadre suyo y de Merentes y de vicepresidente a su carnal el chino Khan. No hay hueso sano.
Y eso en 100 días, de prolongarse 6 años no quedaría nada. Estaríamos arruinados. En todo caso, las palabras escuálidos, minorías, apátridas y demás epítetos que adornaban los penosos discursos de los rojos rojitos encontrarán mejores causas siendo utilizados como supositorios. Con Capriles y Falcón está la estructura fundamental de Venezuela. Los obreros calificados, los técnicos, los profesionales. Los gremios y sindicatos libres. Los empresarios pequeños, medianos y grandes. La prensa, radio y televisión libres. Los artistas en todas sus expresiones: escritores, actores, actrices, músicos, pintores, productores de cine, teatro y tv, dramaturgos, modelos, animadores, cantantes, todos, excepto unos pocos, hoy en entredicho. Educadores. Bomberos. Policías. Taxistas y autobuseros. Sin nosotros Maduro no se sostiene en el poder y para finalizar, la familia militar, oficiales bajos, medios y altos, sus padres, esposas, esposos y descendientes también comulgan mayoritariamente con ese sentimiento de libertad y democracia que se vivió en jornada del 14 de abril. Los veo la próxima semana.
#Opinión: Un barquisimetido opinando sobre elecciones Autor: Eduardo Semtei Alvarado
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