Cuando en 1957 el General Marcos Pérez Jiménez llamó al Doctor Rafael Caldera para proponerle que lo acompañara como candidato a las elecciones de diciembre de ese año, éste le puso como condiciones para aceptar la propuesta, regreso de los exiliados, libertad de prensa, participación de todos los partidos políticos y sindicatos, libertad para los presos políticos. El dictador se llenó de ira, en la noche estalló una bomba en la casa de Caldera, que se refugió en la Nunciatura y salió para el exilio en Nueva York. Vino el plebiscito.
Qué costaba esta vez ante la convocatoria de unas elecciones tan sobrevenidas, condicionar la participación en las mismas a la eliminación de las capta huellas, la apertura del Consulado en Miami y la verificación de todas las mesas de votación. Y lo que es más, presentarnos ante un proceso denunciando al mundo lo ocurrido en anteriores ocasiones del cambio de circuitos, la evidencia de un registro electoral contaminado, donde se eliminó la dirección de los electores, la falsedad de una tinta indeleble, la ubicación de 540 mesas de votación en lugares donde no pueden entrar testigos de la oposición por ser sitios controlados por las guerrillas, la existencia de 150 municipios donde hay más electores que habitantes, el ventajismo publicitario, las amenazas a los empleados públicos y el hecho insólito de haber sacado la oposición más votos en las elecciones parlamentarias y tener menos diputados.
Este cuadro es lo que conforma el desprestigio del Consejo Nacional Electoral que tan extraordinariamente han revelado el analista Ricardo Latouche y la ex-rectora del CNE Ana Mercedes Díaz. Que coloca a Nicolás Maduro como un mandatario ilegal e ilegítimo, al que hay que repetirle una vez más lo que le dijera el Rector de la Universidad de Salamanca Miguel de Unamuno a los fascistas: “Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta. Pero no convenceréis porque os falta razón y derecho”. Esa misma fuerza amenazante que exhibió la noche del domingo el General Barrientos y sus guardaespaldas.
La oposición venezolana no puede seguir aceptando ir a procesos electorales donde solo se verifique mediante auditorias sorteadas, el 35% de los votos emitidos y el 65% de los sufragios quede en manos de un CNE controlado por cuatro rectores del gobierno de los cinco que tiene ese poder electoral. En este proceso electoral del 14 de abril, pasan de tres mil las denuncias de fraudes producidos en las mesas. Que van de votos emitidos con acompañantes fiscalizadores del gobierno, cierre intempestiva de la frontera con Colombia para impedir el paso de los venezolanos, maquinas de votación que no funcionaron en centros muy puntuales, motorizados en actitud amenazante contra los electores, autobuses con cubanos dotados de cedulas, toda una burla a un proceso transparente.
Es entonces más veraz aquello de que los regimenes militares no caen con votos sino con la contundencia que una oposición tenga frente al fraude. Por eso qué importante fue lo que el ex Presidente peruano Alejandro Toledo le recordó recientemente a los venezolanos de cómo le tocó enfrentar el fraude de Fujimori y ganar inmediatamente las elecciones.
No hay duda, como el mismo lo recordara varias veces, que Henrique Capriles dejó el pellejo en esta campaña y dio lo mejor de su liderazgo. La contumelia con que lo atacó Maduro la noche de la elección no puede ser para aceptar el dialogo ni ningún tipo negociación. Hace falta ante la posibilidad de no reconocer las denuncias y hacer un reconteo falaz que se considere la convocatoria a la resistencia, que no puede ser de carácter espiritual como aspiran algunos.
En honor a Capriles le diremos: sigue escalando cimas, continúa encontrando caminos, vuélvete a pasear por Venezuela todos y cada uno de los días mientras vivas, observa todos los arcos iris hasta que por fin encuentres tu sueño de hacer grande a la patria.
#Opinión: Del fraude y la contundencia Autor: Julio Portillo
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